Regreso a Casa: Infiltración en territorio enemigo

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Lidris avanzaba a través de una llanura de roca y polvo asida a la mano de Taryc. Ambas se movían despacio y en completo silencio, esforzándose en mantenerse cerca la una de la otra para poder saber dónde se encontraban. Los conjuros de invisibilidad les impedían verse mutuamente y ninguna de las dos tenía ganas de experimentar cómo sería buscarse entre sí a ciegas en mitad de territorio enemigo.

Habían dejado a Ashazaar y a Xera’nel hacía algo más de una hora y hasta entonces se habían topado con dos patrullas de elfos drow. Estaban compuestas por tres elfos bien armados con espadas y arcos largos. Las láminas de cuero de sus armaduras estaban perfectamente engrasadas y el roce apenas dejaba escapar el más mínimo ruido. El cuarto integrante del grupo estaba ataviado tan sólo con una amplia camisa y pantalones de cuero. Sus armas estaban en los numerosos saquillos que llevaba al cinturón, objetos arcanos y, probablemente, desagradables, desencadenantes de conjuros. 

Ambas mujeres habían logrado pasar desapercibidas hasta ahora. En ambas ocasiones les había bastado con detenerse antes de cruzarse con las patrullas para luego poner algo de distancia entre ellos y refugiarse detrás de columnas y promontorios de roca. Habían hecho todo lo posible por quedar fuera del alcance de los efectos mágicos que pudieran tener los magos y parecía que hasta el momento les había salido bien.

Por fin llegaron al pie de un estrecho y sinuoso sendero. Estaba bien delimitado a ambos lados por una escarpada pendiente y ascendía hasta una planicie. A algo más de cinco metros de altura Lidris pudo distinguir las puntas de varias tiendas de lona oscura. Estuvo a punto de hacerle un gesto a Taryc para llamar su atención, pero recordó que ella no podría verla. Sintió entonces el tirón de la mano de su compañera mientras la guiaba hacia la base de la empinada cuesta.

-¿Vamos a entrar por la puerta principal? -se arriesgó a susurrar Lidris, que se detuvo de inmediato.

-No pasa nada. Si no hacemos ruido no podrán vernos ni oírnos. Podremos entrar, mirar y salir de nuevo.

-¿Y qué pasa con los magos? ¿Y si hay algún efecto mágico activo en la zona?

-Entonces echa a correr todo lo rápido que puedas y vuelve a ponerte el anillo. Mientras tanto, guarda silencio y sígueme.

Lidris se dejó guiar a lo largo de la empinada cuesta. Daba cada paso con una concentración absoluta, esforzándose en poner toda su atención en el roce de su ropa o en el crujir de sus botas de cuero. Absorta en no pisar ninguna piedra suelta, no se dio cuenta de que había llegado a la cima de la colina hasta que Taryc la hizo detenerse apretando su mano. Al alzar la vista del suelo se dio cuenta de que tenía ante sí a dos elfos drow guardando una amplia explanada de roca sobre la que podía distinguir la silueta de varias tiendas de lona. Una tenue iluminación violeta emanaba con suavidad desde sendos braseros a ambos lados de los soldados, su luz apenas suficiente como para mostrar los detalles de sus ropas y sus rasgos. Sí era suficiente, sin embargo, para delinear las lanzas que portaban al hombro, terminadas en hojas ganchudas y afiladas que no reflejaban ningún haz de luz.

La semielfa intentó dar un paso atrás pero sintió de nuevo la tensión de la mano de su compañera, que se lo impedía. Notó cómo la tomaba por el hombro con la otra mano y, poniéndose a su lado, la hizo dar un nuevo paso adelante. El movimiento provocó un ligero crujido que rompió el silencio por un momento. Ambas se quedaron completamente quietas.

Uno de los guardias cambió el peso de su lanza sobre su hombro y miró en su dirección. Lidris contuvo el aliento. Estaba segura de que aquellos guardias podrían escuchar claramente los latidos de su corazón desbocado. Sin embargo, el drow se limitó a lanzar una ojeada por los alrededores y volvió a relajarse.

Lidris volvió a respirar con dificultad, los músculos de su abdomen tensos como cuerdas de arco. Entonces sintió como Taryc comenzaba a andar de nuevo con pasos cortos y sigilosos. La semielfa la siguió y ambas lograron internarse en el campamento.

Ante ellas se alzaban seis tiendas de buen tamaño, junto con una séptima tienda más grande separada de las demás. En el punto central del campamento, justo allí a donde se abrían las entradas de todas las tiendas, se alzaba una columna de cristal que parecía anclada en el suelo de roca.  La rodeaba un trío de braseros que proporcionaban la misma iluminación violeta que los que acababan de ver en la entrada. Lidris se percató entonces de que era extraño no haber visto esa iluminación mientras viajaban hacia el enclave drow: a pesar de que la luz fuese muy tenue, debería haber podido verse a kilómetros de distancia en la oscuridad completa del Submundo. Algún tipo de magia debía de evitar que la luz resplandeciera más allá de la planicie de roca en la que se hallaban.

Varios soldados drow paseaban entre las tiendas, conversando entre murmullos. Otro grupo se había sentado junto a los braseros y comían de unos sencillos cuencos de cerámica. Un elfo drow salió de la tienda más grande vestido con una amplia túnica oscura cubierta de extrañas runas de color púrpura.


Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:

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Autor: Ricardo García
Imagen: Stable Difussion with several models
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino

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