Regreso a Casa: el Dragón de Oro

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El exterior de la caverna no se diferenciaba mucho del interior. El suelo irregular era el mismo, cubierto de rocas de diverso tamaño y festoneado de grietas. Más allá de la inmensa pared de piedra de la que había surgido, Taryc tan solo podía ver oscuridad allí donde su visión alterada por la psiónica no alcanzaba a mostrar, que no era muy lejos. Sin embargo, también pudo notar algunos detalles que tan solo ahora comenzaba a percibir: una ligera bajada de temperatura, una sensación de vastedad, una leve brisa de aire fresco… Si bien sabía que seguía bajo tierra, la gruta natural en que se encontraba y por la que había estado viajando durante las últimas horas debía ser enorme.

“Tranquilízate, Taryc. Necesitas relajarte”.

Taryc dio un salto y se puso en guardia. Aquellas palabras habían sonado directamente en su cabeza. Reconoció la voz: la misma que la había prevenido del ataque de los perros de tíndalo. Era una voz calmada, humana, que bien podría haber pertenecido a un varón de mediana edad.

-¿Quién eres? -dijo mirando a su alrededor e intentando encontrar un adversario.

La respuesta vino acompañada de una melodiosa risa.

“No vas a verme en ningún lugar a tu alrededor. Para verme vas a necesitar mirar en tu interior”

-Déjate de adivinanzas.

Taryc se movió de nuevo hacia la entrada de la cueva y se agazapó entre los salientes de roca. No percibía amenaza alguna por parte de aquél ser, pero no estaba de más asegurarse.

“Te han engañado muchas veces a lo largo de tu vida. Lo entiendo. Sin embargo, no tienes nada que temer de mí. Estoy aquí porque tú me has elegido y yo te he elegido a ti. Es el destino.”

-No tengo claro que el destino sea muy de fiar. Ni de que, seas quien seas, sepas mucho de mí. He tenido la oportunidad de conocer a un adivino que me ha enseñado a estar prevenida contra los trucos baratos.

“Ah, sí. Coren. Todo un espécimen humano único. Yo también tendría dudas a la hora de depositar mi confianza en él.”

Taryc se mantuvo en silencio. Había susurrado durante su conversación, acostumbrada a escuchar palabras en su cabeza desde que había tenido que convivir con psiónicos. El silencio la envolvió, confirmando que nada se acercaba a ella por el momento.

“Parece que te estás relajando un poco. Sigue mi voz, hacia tu interior. Eso es. Así podrás verme.”

Taryc cerró los ojos, todavía dudosa. La imagen de un hombre entrado en años, alto y delgado, vestido con una blanca camisa sencilla de lino y amplios pantalones se formó en su mente. Llevaba el pelo dorado sujeto con una cinta de cuero tras la cabeza, evitando que cayera suelto sobre sus hombros. Su rostro estaba iluminado por una sonrisa confiada. Una cicatriz atravesaba sus labios y ascendía por su mejilla izquierda hasta atravesar un ojo, que mantenía cerrado, y una ceja. Su ojo sano, en cambio, despedía un fulgor azulado que enmarcaba una pupila alargada y vertical.

-Encantado de poder verte, Taryc -dijo el hombre ensanchando su sonrisa, sus palabras llegando hasta ella en ese espacio mental que ambos habían formado.

-Lo mismo digo. Si bien aún no sé quién eres.

-Ah, tienes razón. Disculpa mi descuido con la etiqueta. Hace muchos siglos que no puedo conversar con alguien. Me llamo Jarklôre y… bueno, supongo que la forma más sencilla de presentarme es con una pregunta.

>>Tú eres Taryc, la Dragoon del Dragón de Oro, ¿no es así?

Taryc asintió.

-Pues bien, yo soy el Dragón de Oro -dijo Jarklôre abriendo los brazos, a punto de lanzarse a un abrazo-. No te puedes hacer una idea de la alegría que me da poder hablar de nuevo con un Dragoon.

-Pero… Pensaba que los dragones estaban muertos. Las Piedras del Dragón se crearon hace más de 1500 años.

-No te equivocas del todo. Mi cuerpo mortal pereció hace muchos años, justo después de que lo hiciese mi primer compañero: Alfred Boneim. Verás: fue la tristeza. Y la ausencia de magia. Tras la Separación, el lazo que me unía a las Piedras Dragoon y a Alfred se hizo cada vez más tenue y no pude seguir manteniéndolo. Sin embargo, mi alma permanece dentro de las propias Piedras. Y ahora que la magia ha regresado a Vilia, vuelvo a despertar.

-¿Vuelves a despertar? ¿Siempre has estado ahí, aunque no pudieses hablar?

-Así es. Aunque me temo que no era suficientemente consciente como para saber qué estabas haciendo en cada momento. Por esa razón cada vez que hacías uso de las gemas el coste era tan grande: no había suficiente magia como para poder sostenerte y acababan haciendo uso de tu energía vital. Así, el tiempo que podías utilizar su poder era limitado. Reconozco que te las has apañado para que fuese suficiente: has logrado dominar la energía contenida en las gemas y has explorado gran parte de su poder. ¡Te felicito!

-Gracias -contestó Taryc, su dolor de cabeza volviendo a crecer en intensidad a medida que la conversación se desarrollaba-. Entiendo que si puedes sentir el aumento de la cantidad de magia es porque la Llama de los Elfos ha vuelto a Vilia, que fue lo que pretendíamos cuando fuimos en su busca a través de los planos. ¿Sabes qué más ha cambiado?

-Muchas cosas, estoy seguro. Aunque solo puedo hablarte de las que están relacionadas con el vínculo que nos une a nosotros, ya que he llegado a Vilia al mismo tiempo que tú. Para empezar, a partir de ahora no tendrás limitaciones a la hora de acceder al poder de las Piedras del Dragón: yo te ayudaré a canalizar la magia del ambiente, lo que impedirá que drenes tus energías.

-Eso está muy bien. Te lo agradezco.

-Te noto impaciente… y puedo ver la razón. Has sido afectada por un conjuro de empeño, ¿no es así?

Taryc suspiró mientras masajeaba su sien.

-Sí, supongo que sí. Tengo que encontrar el alma de mi hermano y devolverla al Abismo.

Jarklôre asintió y dedicó a Taryc una calmada sonrisa.

-Al pensar y decir eso te sientes mejor, ¿verdad?

Taryc se detuvo un momento antes de contestar.

-Tienes razón. Un poco mejor, por lo menos.

-Este tipo de conjuros es muy subjetivo con respecto a las creencias de quien lo padece. Si piensas que estás haciendo todo lo posible para lograr el objetivo que se te ha impuesto, el conjuro te permitirá avanzar sin contratiempos. Pero si llegas a la conclusión de que estás bloqueada o si haces algo para retrasar o impedir tu objetivo te arriesgas a caer gravemente enferma o incluso a morir.

>>En tu caso estoy convencido de que no albergas ningún deseo de llevar el alma de tu hermano al Abismo. Sin embargo, me temo que no debes resistirte a ello. Piensa que si el alma de tu hermano está perdida puede ser importante encontrarla.

-¿Pero cómo se puede encontrar un alma? Suponía que una vez que una persona muere, sus almas descansan por siempre.

-Bueno, no todas -rió Jarklôre señalándose a sí mismo.

-Disculpa, no quería ofender…

-No te preocupes, solo bromeaba. Pero eso debería darte ya una pista…


El comienzo de la aventura de Taryc estuvo relacionada, aún sin saberlo entonces, con la búsqueda de las Piedras del Dragón de Oro. Habiendo estado en posesión de su padre durante más de 20 años, una de las gemas fue robada por su hermano Lescrom y la otra legada a ella misma.

En el momento en que Taryc abandonó su hogar, su objetivo fue siempre el de descubrir la razón que había llevado a su hermano a herir y a robar a su padre para, tras ello, huir. Esperaba salvarlo de los problemas en los que se habría podido meter, redimirlo y traerlo a casa. No sabría hasta varias estaciones más tarde que lo que estaba logrando era mantener ambas gemas unidas, quizás en una jugarreta del destino que le llevaría a convertirse en la Dama del Dragón de Oro.

Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:

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Autor: Ricardo García
Imágenes: Stable Difussion with several models
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino

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