Una mujer envuelta en luz

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Lidris supo que se hallaba cerca de su objetivo cuando pudo escuchar algo arrastrándose sobre el suelo a unos metros de distancia. Tras detenerse en mitad de una zancada, se deslizó con cuidado para agazaparse tras una formación rocosa.

El silencio la envolvió de nuevo. Durante varios minutos Lidris se mantuvo atenta, concentrada tan solo en sus sentidos. Había pasado mucho tiempo en territorio salvaje y había participado en numerosas cacerías. Era consciente de la importancia de la paciencia en estas situaciones. El anillo de invisibilidad la ayudaba a pasar desapercibida ante cualquier criatura que pudiese ver en la oscuridad, pero en esas circunstancias de visión reducida el sentido de la vista perdía importancia ante el oído a la hora de percibir la presencia o ausencia de amenazas. También sospechaba que algunas criaturas con las que se había topado en los últimos días tuviesen otros sentidos adicionales y extraños, adaptados a este entorno. Preferiría no cruzarse de nuevo con ninguno de ellos.

Sin embargo, por más que esperó no pudo escuchar ningún sonido nuevo. Por un momento se planteó si lo que había escuchado había sido real, pero se conocía lo suficiente como para no entretener ese pensamiento más de un instante: si no podía confiar en sus sentidos, no podía confiar en nada.

Moviéndose con extremo cuidado, Lidris abandonó su refugio tras las rocas y avanzó sin causar un solo ruido entre las formaciones pétreas cercanas que pudiese utilizar como cobertura. Tras avanzar lo que calculó que serían unos treinta metros, se detuvo de nuevo, sorprendida.

Esto es lo último que esperaba” -pensó.

Una enorme piedra lisa y pulida que alguna vez habría sido completamente esférica yacía ahora en pedazos a sus pies. Parecía haber sido maciza, aunque los pedazos más grandes que aún quedaban enteros bien podrían haber sido la cubierta exterior de una cámara hueca. Numerosos fragmentos y esquirlas de menor tamaño estaban esparcidos alrededor y el contenido de la esfera, como el de un huevo, estaba en el centro de la explosión.

Se trataba de una muchacha joven de piel clara y pelo corto y revuelto que yacía sobre las rocas. Su cuerpo permanecía totalmente inmóvil a excepción de un leve vaivén de su pecho y su costado, producto de una respiración leve pero regular. La chica iba armada y equipada como una aventurera: un peto de cuero recio cubría su torso y un arco de aspecto sencillo colgaba a su espalda, atrapado tras una mochila de considerable tamaño. Al cinturón portaba un estoque.

Lidris titubeó sin saber qué hacer. ¿Cómo había llegado aquella humana hasta allí? ¿Qué era esa extraña corteza sólida que se hallaba destrozada a su alrededor? ¿Era esto lo que había emitido aquél fulgor dorado? Su instinto le insistía en que tuviese cuidado, que se preparase para una trampa o un ataque que pudiese llegar de repente desde cualquier parte. Pero al mismo tiempo, años de vigilia y apoyo a las poblaciones humanas a las que había protegido y guiado en las selvas de Silith le conminaban a examinar a la muchacha inconsciente y asegurarse de que estaba bien.

Fue este último pensamiento el que se impuso sobre su aprehensión, animando a Lidris a acercarse hasta el cuerpo inconsciente de la muchacha humana. Se agachó a su lado y la examinó sin llegar a tocarla en busca de heridas o golpes de algún tipo. Su piel parecía levemente magullada y poseía algunas cicatrices que recorrían su brazo izquierdo, algo extraño para una chica de no más de veinte años pero esperable en alguien que, por su vestimenta y sus armas, debía ser una aventurera. No halló ninguna herida abierta ni contusiones recientes, lo que la tranquilizó. Confirmó que su respiración era regular, si bien se apreciaban pequeños espasmos nerviosos involuntarios y repentinos. Sus sueños no debían de ser muy agradables.

Lidris no pudo resistirse a extender sus manos, todavía invisibles, y posarlas sobre el brazo y las cicatrices de la muchacha. Notó su calor, algo extraño en las entrañas del mundo donde se encontraban. Sabía que si abandonaba a su recién hallada visitante acabaría muriendo de frío, quedaría perdida sin remedio o sería atacada por alguna de las bestias que habitaban aquellas cavernas. La semielfa suspiró, resignada. Su instinto insistía en alejarse de allí, en volver a internarse en la oscuridad y continuar con su misión. Pero su conciencia le impedía hacer algo así con alguien en apuros. 

Su discusión interna la llevó a empujar a la chica humana con más brusquedad de la que pretendía.

-¡Eh! Vamos, ¡despierta! -dijo en lengua común.

La muchacha abrió entonces los ojos, alarmada. Con una agilidad inusitada, rodó sobre sí misma y se puso en pie. Una mano se posaba ya sobre el pomo de su estoque mientras la otra, portando un anillo enjoyado, lo hacía sobre un colgante dorado que caía sobre su pecho.

El mundo se llenó de nuevo de una intensa luz dorada que cegó a Lidris. Intentó retroceder, asustada, pero tropezó con varias rocas y estuvo a punto de perder el equilibrio. Quitándose las lentes, la semielfa se restregó los doloridos ojos hasta que se acostumbraron al pulsante fulgor que la rodeaba.

-¿Dónde estás? -escuchó la voz cristalina de la muchacha a la que había intentado ayudar en algún punto sobre su cabeza-. Muéstrate.

Lidris alzó la mirada y encontró a la chica humana levitando a algo más de un metro de altura. Su cuerpo irradiaba luz dorada, que parecía envolverla como una armadura protectora y se curvaba en haces a su espalda como si formara alas que la sostuvieran en el aire. Su rostro se había vuelto acerado, serio y alerta, pero al mismo tiempo tranquilo y confiado. Sus ojos, de un azul claro como el cielo de primavera, observaban a su alrededor con desconfianza sin poder distinguirla.

“Claro, sigo invisible”.


Explorar el submundo es una tarea lóbrega y tediosa para cualquier habitante de la superficie. No solo debes enfrentarte a un mundo sin luz, sino también sin calor. Pocas cosas pueden crecer en un entorno así y muchas menos sobrevivir. Las que lo hacen dependen de la humedad que se filtra entre las capas superiores de la tierra y los minerales y los escasos nutrientes que puedan llegar hasta allí.

En Vilia existen criaturas capaces de alimentarse de rocas de distinto tipo, prefiriendo las gemas, mientras excavan por nuevos túneles por doquier. Algunos insectos han logrado aclimatarse al ecosistema, ayudando a «polinizar» ciertas regiones de mayor humedad con las esporas de diversos hongos y líquenes que logran sobrevivir con dificultad. A ninguno de ellos les falta depredadores: bestias voladoras que atraviesan las enormes cavidades del Submundo guiados por extraños sentidos y que logran sobrevivir durante semanas sin alimento. Incluso se ha oído hablar de una criatura que es capaz de alimentarse del sonido, una enorme criatura de patas largas y afiladas que suele encontrarse con frecuencia en los lugares en los que se forman repentinos desprendimientos de roca.

El Submundo no es, desde luego, un lugar afín para las criaturas humanoides. Y aún así algunas civilizaciones han logrado convertir esta extraña y amenazadora oscuridad en su hogar, a menudo volviéndose tan lóbregos como su entorno.

Nuevo relato del Arco Narrativo: Regreso a Vilia, el primero del Capítulo V: Avatares del Destino. Estos relatos están basado en la campaña de Dungeons and Dragons que llevamos jugando desde hace ya 19 años y que retomamos en Julio de 2022. Puedes leer todos los relatos de este arco publicados hasta ahora en los siguientes enlaces:


Autor: Ricardo García
Imágenes: Dall-E 2
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino

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