A Taryc le dolía la cabeza.
No era un dolor de cabeza normal, de los que se quitan echando una siesta. Era mucho más inquietante, casi ominoso. Como si algo se cerniera en su interior a la espera de que cometiese el más mínimo error, cualquier paso en falso desencadenaría unas consecuencias horribles y nefastas.
“El alma de tu hermano, Lescrom, no ha llegado hasta mis dominios. Eres tú quien debe traérmela”.
Las palabras del Señor Demoníaco Graz’zt resonaban con fuerza en su cabeza continuamente, un hierro candente impreso sobre cualquier otro pensamiento. ¿Qué era lo que le había dicho Iridal antes de iniciar el viaje de vuelta? Que se trataba de compulsión mágica muy potente.
“Te obligará a llevar a cabo el mandato que te han impuesto y será muy dañina si te resistes”.
¿Y qué se suponía que podía hacer ella en cuestión de almas? Su fé en Liveta y Armaien se había roto en pedazos al descubrir que ninguno de los Dioses eran tales: solo atlantes indoctrinando a su rebaño de humanos para tenerlos bien controlados y amaestrados. Taryc no pudo evitar echar una ojeada a Ashazaar, que revisaba el estado de sus armas. Hasta él, a quien había llegado a considerar un amigo, había decidido traicionarla en pos de un ideal de “orden” que no era más que un intento de controlar a todos los seres que veía como inferiores. Ella misma incluída.
Y si no había Dioses, ¿quién o qué disponía de las almas de aquellos que fallecían en Vilia? Taryc se estremeció al pensar que el reino condenado del Abismo fuese el destino último de cualquier ser vivo. Y mucho menos el de su hermano. No podía ser.
Y sin embargo, considerar esas ideas sólo reforzó el dolor que sentía en su cabeza.
-No podemos quedarnos mucho tiempo aquí -comentaba Lidris mientras volvía de una rápida patrulla de reconocimiento. Ahora podía ver a la semielfa en la oscuridad gracias a uno de los poderes psiónicos que Ashazaar había utilizado sobre ella.
Taryc suspiró y asintió.
-Podemos irnos en cualquier momento -añadió Ashazaar mientras volvía a enfundar su espada-. Puedo teleportarnos a cualquier sitio donde hayamos estado previamente. Quizás sería buena idea volver a ver a Thrain y llevarle la Llama de los Elfos.
>>Por cierto, ¿dónde está?
–La tenía Kuthan -respondió Taryc-. Y no sabemos dónde están ni él ni ningún otro de nuestros compañeros, Ashazaar.
-Espera -interrumpió Lidris-. ¿Me estáis diciendo que habéis devuelto la Llama de los Elfos a Vilia… y la habéis perdido?
Un silencio incómodo se hizo entre los presentes. ¿Cómo explicarle a alguien a quien acababa de conocer todo lo que habían vivido en los últimos… días? ¿Estaciones? Taryc ni siquiera estaba segura de cuánto tiempo había pasado desde que partieron de Ahn-Quessire.
-La encontraremos -acabó respondiendo Taryc-. Sea lo que sea lo que hizo el Dragón cuando nos atacó, creo que soy capaz de sentir su rastro. Si lo seguimos, quizás podamos encontrar al resto de nuestros compañeros de la misma forma que encontramos a Ashazaar.
-Habéis perdido la Llama… -murmuró para sí Lidris.
Taryc vió cómo se estremecía. Los semielfos de la Meseta del Viento habían sido elegidos protectores de uno de los fragmentos de la Llama de los Elfos desde hacía generaciones, un mandato que los elfos les impusieron tras la Separación cuando decidieron sellar el artefacto. Taryc no acababa de hacerse una idea de lo que significaba el fin de ese mandato para ellos. Ni el horror que suponía pensar que habían podido fracasar.
“Cuidado, Dragoon” -una inesperada voz apareció en su cabeza-. “El enemigo vuelve al ataque. Prepárate”.
Taryc echó un vistazo a su alrededor, sobresaltada. Su visión estaba limitada a los tonos de gris que confería el poder psiónico de visión en la oscuridad que la afectaba. Sin embargo, comenzó a notar como ciertos contornos y protrusiones de la roca de la caverna se agitaban y emborronaban, como si fueran producto de un lejano espejismo. La muchacha reconoció las señales.
–El Tiempo -dijo a sus compañeros-. ¡Ashazaar, nos atacan!
El viaje de Taryc, Ashazaar y sus compañeros en pos de los pedazos de la Llama de los Elfos había concluido en tres capas diferentes del Abismo. En una de ellas se vieron obligados a internarse en una ciudad dominada por Graz’zt, el Príncipe Oscuro.
Aquella no era la primera vez que oían hablar del Señor Demoníaco. Iridal Kant ya había tenido tratos con él en el pasado, habiendo llevado un pacto con él a cambio de encontrar a su esposo Idan, por aquél entonces perdido en los planos.
El grupo había logrado evitar encontrarse con Graz’zt mientras estuvieron en el Abismo. Sin embargo, el Señor Demoníaco se aseguró de otorgarles un regalo de despedida: una carta dirigida a Taryc que la conminaba a regresar el alma de su hermano a donde, según había escrito, pertenecía realmente y se la esperaba.
Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:
- La Llama de los Elfos
- Amenazas en la Oscuridad
- Una mujer envuelta en luz
- Regreso a Casa: Un faro en la oscuridad
- Regreso a Casa: Huida a ciegas
- Regreso a Casa: Presentaciones pendientes
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Autor: Ricardo García
Imágenes: Stable Difussion v2.1
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino