Taryc decidió ponerse en marcha, encaminándose hacia la tienda más cercana de las seis que se hallaban en uno de los laterales del campamento. Siguiendo la larga pared de tela y poniendo extremo cuidado en no tropezar con ella, las mujeres lograron llegar hasta la parte trasera de la tienda. Con decisión, la humana continuó avanzando entre la lona y las escarpadas rocas que delimitaban la explanada. Pasaron desde la primera tienda hasta la siguiente y avanzaron inexorablemente con la intención de llegar hasta la parte trasera de la tienda más grande, que se encontraba al otro extremo del claro, alejada de las demás.
Lidris siguió a su compañera sumida en el más completo silencio, pendiente de cada paso y concentrada en evitar toda piedra suelta y viento de tienda que se encontrase en su camino. De repente se dio cuenta de que del interior de la última tienda, a la que todavía les quedaba varios metros para llegar, surgía el sonido de pasos ligeros. Se encaminaban en dirección a la parte trasera. Hacia donde ellas se dirigían.
Alarmada, Lidris se detuvo e intentó llevar a su compañera hacia uno de los estrechos pasadizos que se abrían entre cada pareja de tiendas. Con el poco espacio que había entre la lona trasera y la cornisa, si se encontraban con un drow de frente era muy probable que chocaran con él.
Entonces sintió un tirón y como los dedos de Taryc se escapaban de los suyos. Lidris se quedó inmóvil, habiéndose internado un par de pasos entre las tiendas. Contuvo la respiración, asustada. ¿Qué debía hacer ahora? ¿Salir de allí y reencontrarse con Taryc de vuelta donde habían dejado a Ashazaar? ¿O continuar con su objetivo y explorar el campamento?
Los pasos que había escuchado se hicieron más notables a medida que se fueron acercando hacia su escondrijo. La semielfa sabía que si Taryc había continuado adelante no habría podido evitar al drow que avanzaba en su dirección. Pero también sabía que la muchacha era diestra y capaz, además de valiente. ¿Lo sería lo suficiente como para evitar al enemigo? Lidris echó la mano a su espada larga, preparándose para intervenir en caso de que hubiese un enfrentamiento.
En ese momento sintió como algo la empujaba, haciéndola trastabillar hasta el punto de perder el equilibrio. Unas manos invisibles se agarraron a ella para evitar su caída. Lidris se quedó totalmente inmóvil en una posición muy precaria, los músculos de sus piernas en tensión, mientras el sonido de pasos continuaba acercándose a ella. Pudo ver a través del resquicio que se abría entre ambas tiendas la silueta de una mujer drow que pasaba por delante sin detenerse. Los pasos comenzaron a alejarse.
Lidris sintió como el peso que tenía encima desaparecía, tirando de ella hasta recuperar el equilibro. Un golpe juguetón, el de un puñetazo sin mucha fuerza, se estrelló sobre su brazo y la hizo sonreír de alivio. De nuevo cogidas de la mano, ambas mujeres continuaron avanzando entre las tiendas
Tras llegar a la última de las seis carpas que habían rodeado, Lidris se agazapó al borde de la esquina de tela y echó una mirada hacia el centro del campamento. Habían rodeado la planicie y se encontraban en el extremo opuesto. Varios drow conversaban entre sí, muy próximos a la columna de cristal, mientras uno de ellos posaba sus manos sobre el objeto y aguardaba a que los demás terminaran la discusión. Algunos de ellos iban armados y preparados para el combate. Ninguno de ellos miró en su dirección.
Desde donde se encontraban, solo una veintena de metros separaba a Lidris y a Taryc de la parte trasera de la tienda principal. Conteniendo la respiración, Lidris se alzó y comenzó a andar junto a su compañera. Evitando arrastrar los pies y concentrada en emitir el menor ruido posible, se dijo que se sentía mucho más confiada de lo que había estado hasta ahora. No iba a pasarles nada. Esto era un juego de niños.
Sin embargo, tras concluir la caminata y llegar hasta su objetivo, con un suspiro dejó escapar el aire que hasta entonces había estado conteniendo. No había respirado durante todo aquél rato.
Entonces se percató de que varios sonidos emanaban desde la tienda: el burbujear de un caldero, unas palabras susurradas en una extraña letanía, un aleteo lejano e irregular. Una fina línea de luz dorada comenzó a formarse en la tela mientras se rasgaba por sí sola, formando una pequeña abertura. Lidris comprendió que Taryc había perforado la lona con una de sus dagas y aprovechó la oportunidad para observar el interior.
La tienda era mucho más grande por dentro que por fuera. Rodeada por varias estanterías, éstas se alzaban contra una pared del mismo color de la lona pero que mostraba una consistencia sólida y recia. Varias mesas cubiertas de libros abiertos y rollos de pergamino dominaban la mayor parte del espacio. Un grupo de cuatro elfos drow se afanaban sobre los legajos: mientras uno leía en voz alta, los otros tres parecían escucharlo atentos mientras añadían alguna palabra más en su propio idioma.
Entonces Lidris se fijó en la esquina más cercana a donde se encontraba, que destacaba por la ausencia de mesas y estanterías. Allí, dos enormes esferas doradas contenían a sendos humanos que permanecían inmóviles en su interior: un hombre rubio con armadura y una mujer de pelo castaño con una túnica de color verde. Ante ellos, subido a una percha de metal, una extraña criatura marrón aleteaba con impaciencia mientras intentaba morder las cadenas que lo mantenían sujeto como si fuese un extraño ave de casi medio metro de altura. De brazos y piernas extremadamente delgados, su cabeza estaba coronada por pequeños cuernos del mismo color que el resto de su cuerpo.
-¿Y ahora qué? -se atrevió a susurrar Lidris a su compañera.
-Ahora esperamos a Ashazaar.
Uno de los principales escollos de la invisibilidad es que no solo afecta a criaturas específicas, elegidas por el lanzador o por el objetivo del efecto. Afecta a todos.
Los propios objetivos, al hacerse invisibles, también son invisibles para sí mismos. Esto puede resultar muy desconcertante para criaturas que sean objeto de este efecto por primera vez: damos por sentado que podemos ver dónde se encuentran nuestras manos cuando miramos al frente, dónde se posan nuestros pies cuando miramos al suelo.
Es una situación parecida a estar inmerso en la oscuridad: el tacto se convierte en un sentido mucho más importante, ya que las criaturas encantadas pierden puntos de referencia muy importantes que pueden dar lugar a tropiezos, pérdidas de equilibrio o golpes. Algo muy peligroso en situaciones de infiltración.
Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:
- La Llama de los Elfos
- Amenazas en la Oscuridad
- Una mujer envuelta en luz
- Regreso a Casa: Un faro en la oscuridad
- Regreso a Casa: Huida a ciegas
- Regreso a Casa: Presentaciones pendientes
- Regreso a Casa: El destino de las almas
- Regreso a Casa: Perros de tíndalo
- Regreso a Casa: Xera’nel, la sacerdotisa de Yulus
- Regreso a Casa: Compañeros presos
- Regreso a Casa: El Dragón de Oro
- Regreso a Casa: el camino a seguir
- Regreso a Casa: de camino al campamento drow
- Regreso a Casa: planes de asalto
- Regreso a Casa: Infiltración en territorio enemigo
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Autor: Ricardo García
Imagen: Stable Difussion with several models
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino