El largo camino a casa

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-¿No te parece que se acaban los árboles allí adelante? -comentó Katsura a su compañero con una sonrisa cansada.

Goro, que hasta entonces había estado bufando y casi arrastrándose por la fronda del Bosque Oscuro, se incorporó de repente, su rostro iluminado por la ilusión.

-¡No será verdad! -dijo el muchacho y, ante la incredulidad de los presentes, echó a correr.

Mai se permitió una leve sonrisa. El viaje a través del Bosque Oscuro había sido enormemente duro, no solo por los predecibles peligros de aquél lugar que Kaoru y ella habían tenido que aplacar, sino por la compañía de los dos jóvenes que andaban a su cuidado. Goro era un inútil. Y Katsura, aún a pesar de mostrar valor y tenacidad, aquejaba del mal de quien ha pasado toda su vida en la corte: falta de experiencia y poca tolerancia a la incomodidad.

-¡Es verdad! ¡Es verdad! ¡Vamos! ¡Ya estamos en casa! -gritaba Goro con alegría unos metros más adelante.

Mai podría haberle dicho que se encontraban en el margen oeste de Inkairu. Que aún quedaban kilómetros de territorio deshabitado y peligroso, o que debería bajar la voz para evitar problemas. Pero en su corazón, ella también estaba contenta por pisar de nuevo la tierra de su patria. Con suerte, pronto llegarían a un pueblo, se harían con un carro o quizás con caballos y, en unas pocas semanas, estarían en territorio del clan Yamamoto…

El sonido de cascos la sacó de su ensueño. Estaban lejos, más allá de los árboles de la floresta, pero se acercaban con rapidez. La mujer estimó alrededor de media docena.

Enemigos -dijo Kaoru, alarmado. Sus ojos rasgados de pupilas verticales resplandecieron bajo los rayos del sol que lograban atravesar el cada vez menos denso dosel arbóreo-. Cuida de la princesa.

Y acto seguido el kitsune comenzó a encoger con rapidez, pasando a convertirse en un pequeño zorro de pelaje blanco que desapareció entre la maleza en dirección al sonido cada vez más cercano.

-Princesa -se apresuró a llamar Mai a su protegida, que la miró extrañada-. Manteneos cerca. 

Ambas se detuvieron, observando y escuchando a su alrededor. Los gritos de Goro habían cesado y el bosque quedó inundado por un silencio tenso y expectante.

Mai comenzó a entonar en voz baja una plegaria a los espíritus del bosque, del aire y de la vegetación. Su conexión le permitiría ver lo que ellos viesen, atisbar al enemigo antes de que llegase hasta ellos.

La respuesta de los espíritus fue feroz. Mai sintió como sus sentidos eran arrancados desde su ser y se repartían entre varios espíritus al mismo tiempo: se desplazaba entre los árboles meciendo las hojas a su paso a una velocidad de vértigo al mismo tiempo que podía ver la linde del bosque desde el mismísimo suelo, a través de varias briznas de hierba que tapaban su visión. La sensación era arrebatadora y mareante al mismo tiempo pero le sirvió para cumplir su cometido: un grupo de diez jinetes cabalgaban en su dirección. Eran guerreros y ronin sin bandera, aunque Mai percibió que el orden y la composición del grupo estaba demasiado practicada, demasiado perfecta. Se dirigían justo hacia donde se encontraban.

Mai cortó la conexión con los espíritus con una rápida palabra de agradecimiento.

-Escondeos, Yamamoto-sama. Se acercan enemigos.

La muchacha asintió con decisión, sin un atisbo de temor. Mai murmuró una nueva plegaria y se mantuvo firme en su posición, esperando a los jinetes.

El grupo entró en el bosque con rapidez y agilidad, de forma ordenada y esforzándose por mantener la formación a medida que avanzaban. Mai pudo verlos llegar y supo que ellos la habían visto también. Estaba claro que los buscaban, lo cuál resultaba inquietante. ¿Quién sabía del viaje que habían emprendido desde Media Esuarth? Habían tomado el camino más largo precisamente para evitar cualquier contacto con otros viajeros.

La cuadrilla se detuvo a unos 20 metros de la shugenja, que se mantuvo firme en su posición. Un hombre recio vestido con armadura de cuero endurecido se adelantó. En su rostro bailaba una sonrisa cruel.

-En nombre del Clan Ishida, os ordeno que me abráis paso -anunció Mai con firmeza.

Los guerreros se miraron entre sí, aparentemente divertidos, pero no dijeron una sola palabra antes de que lo hiciera su líder.

-En estas tierras los clanes no tienen potestad, mujer -respondió con voz rasposa.

Mi misión es oficial y es un servicio al Imperio. Si osáis interponeros entre yo y mi sacro cometido, incurriréis en la ira del Clan Ishida. Sabed que vendrán a buscarme y, por lo tanto, también os buscarán a vosotros.

-Mentís, señora -contestó de nuevo el jinete mientras espoleaba a su montura y desenfundaba una katana de hoja torcida-. Nadie vendrá a buscaros.

Ante la acometida del jinete, Mai recitó rápidamente una nueva plegaria invocando a la furia del rayo y del relámpago en su ayuda. Los espíritus, de nuevo, no tardaron en responder. Y lo hicieron con una potencia desmedida. En un solo instante, con un chisporroteo, el haz de un relámpago apareció entre sus manos y se precipitó hasta la katana del enemigo que cargaba contra él. Desde ahí, la línea de luz avanzó hacia el grupo y golpeó a varios de los guerreros que estaban allí congregados. El trueno llegó inmediatamente después, lanzando a Mai, a jinetes y a monturas por los aires.

Un árbol cercano detuvo su vuelo y la hizo deslizarse hasta la hierba. La mujer necesitó unos segundos para recuperar el aliento, tras los que intentó incorporarse. Sentía su cuerpo pesado como el plomo, su energía consumida por la comunión con las fuerzas que había desatado. Un pitido sordo le impedía escuchar nada.

-¿Estás bien? -pudo oír la voz de Kaoru llamándola en la distancia, sorprendido-. ¿Cómo has hecho eso?

Mai se dió cuenta de que sus enemigos habían desaparecido. Los restos quemados de caballos y jinetes aparecían desperdigados entre los árboles. Los que habían sobrevivido a la explosión yacían ajusticiados por el wakizashi del kitsune.

-No lo sé. Algo tiene a los espíritus muy alterados. -contestó Mai y, sobresaltada, recordó a la princesa, a la que había dejado cerca de donde ella había lanzado su plegaria-. ¡Yamamoto-sama! ¿Os encontráis bien?

Mai se acercó hacia la muchacha que se incorporaba con dificultad, todavía oculta en su escondrijo.

-Sí, estoy bien. Solo un poco mareada.

Y mientras se acercaba a ella, Mai notó dos picotazos en el cuello. Lanzó un grito y, llevándose la mano a la herida, descubrió dos pequeñas agujas de cerbatana.

-Malditos sean tus ancestros, Ishida -escuchó de repente a su espalda una voz vagamente conocida-. Osáis volver a interponeros entre yo y mi presa, pero no volveréis a hacerlo más.

La voz, surgida de unos matorrales cercanos, fue seguida de rápidos pasos hacia Katsura y hacia ella e, inmediatamente después, del desenvainado de una daga.

Mai no se detuvo a pensar. Recurrió de nuevo a una plegaria, en este caso llamando a los espíritus de la luz y el fuego. De nuevo, la respuesta fue rápida y potente. De sus brazos extendidos brotó una enorme llamarada que envolvió a su adversario y a varios árboles gruesos de los alrededores, que comenzaron a arder.

La mujer estuvo a punto de caer desvanecida en aquél momento, pero logró mantenerse en pie con la ayuda de Katsura. A sus pies, el cuerpo chamuscado de un hombre yacía inmóvil, sus ojos llenos de odio fijos en ambas mujeres mientras respiraba con dificultad. Los restos de sus ropajes, negros con diversos tonos de verde, eran las propias de un asesino ninja.

-Yo os maldigo… shugenja… -logró articular el asesino en un último estertor.

Kaoru llegó en ese momento y sostuvo a Mai. El calor de las llamas aumentaba por momentos, por lo que el kitsune y la princesa se apresuraron a llevar a su compañera hacia el linde del bosque, en ocasiones casi en volandas.

-¿Quién… era? -logró preguntar Mai, su visión cada vez más nublada.

Mitsu Yojin -contestó el Zorro Blanco-. Lo conocimos en Nívola. Parece que viene siguiéndonos desde allí. Ha resultado ser un asesino a sueldo.

Mai dejó escapar una risotada.

-No te puedes… fiar de nadie… en este lugar…

Pasaron varios minutos que a Mai le parecieron horas. Le pareció que en algún momento habían logrado dejar el intenso calor atrás. Debían estar en la pradera más allá de los árboles del Bosque Oscuro, ya que la luminosidad a su alrededor pareció aumentar repentinamente. Entonces sintió como la dejaban descansar apoyada en algún lado. Apenas podía ver nada.

-Tenemos que hacer algo. Creo que la han envenenado -decía la princesa, su dulce y preocupada voz sonando lejana y triste.

-Dejadla, princesa. Me temo que no vamos a hacer nada -contestaba Kaoru.

-¿Qué queréis decir? -insistía Katsura, y en ese momento hubo un golpe y el cuerpo de la princesa se desplomó junto al de Mai.

-¿Qué… haces? -logró proferir la shugenja sin entender lo que estaba ocurriendo. Las nieblas del veneno se espesaban cada vez más.

-Lo lamento, Mai -las palabras del Zorro Blanco se confundieron cada vez más en su profundo sopor-. Antes tenías razón. No te puedes fiar de nadie.

Y Kadama Mai cayó inconsciente.


Frontera entre el Bosque Oscuro e Inkairu, Terra Norte. 15 de Marmadarim (III) del 1509 d.S.

El viaje de Mai, Katsura y Kaoru comenzó en Nívola y se ha extendido durante estaciones. El objetivo común de devolver a la princesa Katsura a su tierra parecía haberlos unido. Sin embargo, las razones por las que querer hacerlo son claramente distintas.

Mientras Yamamoto Katsura desaparece de nuevo, el feudo entre los clanes Yamamoto e Ishida sigue en auge, promovido por la Secta del Dragón; y una guerra contra Entanas en busca de su princesa ha llevado a los ejércitos inkaurianos a tomar Puerto del Alba y comenzar a avanzar hacia el corazón de Entanas.

Este relato forma parte de las escenas cortas que se desarrollan justo en los primeros días tras el regreso de la Llama de los Elfos y sirve de contexto para los eventos que se sucederán durante el Capítulo 5: Avatares del Destino. Puedes ver los relatos anteriores a continuación:


Autor: Ricardo García

Ilustración creada en Dall-E 2

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