Trafalgar cabalgaba al frente de su división cuando se produjo la explosión. Pudo oírla antes de verla, y no fue hasta varios minutos después, cuando hubo controlado su caballo y puesto en orden las columnas de jinetes montados que estaban a su cargo, que pudo detenerse a comprobar la causa.
-Comandante -Sir Lareth logró aproximar su caballo lo suficiente como para hacerse oír por encima del rumor sordo que inundaba ahora los alrededores-. Es Kipavilla. ¡Mirad!
Trafalgar, antes general y ahora degradado a comandante, observó en la dirección que le indicaba su compañero de desventuras y no pudo contener un grito de sorpresa.
La ciudad había desaparecido. Una espesa nube de humo amarillento se alzaba desde las Montañas Áureas cubriendo todo el terreno a su alrededor. Y se expandía.
-No puede ser -murmuró el soldado y, espoleando a su caballo, se lanzó al galope.
-¡Comandante! -gritó tras de él Sir Lareth-. ¡Mensaje, mi señor!
Trafalgar se detuvo y, tras dudar unos segundos, dió la vuelta. Un jinete se acercaba por el flanco sur de la columna de soldados cabalgando en su dirección. Portaba la enseña real.
-Mensaje para vos, mi comandante -comunicó el joven soldado con la pompa propia de los asuntos oficiales-. Los Reyes Westfalli me piden que le pregunte acerca de la razón por la que ha detenido la marcha. Le instan a continuar.
-¿A continuar? Nos dirigimos a Kipavilla para avituallarnos. ¡Y Kipavilla ya no está!
-Mi comandante, los Reyes solicitan que continuemos varias millas más. Instalaremos campamento en uno de los pueblos del borde este de la provincia. Desean esperar allí la llegada del resto de tropas.
-¡Es una locura! -gritó Trafalgar, dispuesto a darse la vuelta de nuevo y lanzarse al galope.
Lo detuvo una mano sobre su hombro. El ceño fruncido y los ojos azules, estrictos y apremiantes, de Sir Lareth fueron suficiente para ayudar a comprender al joven comandante las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer.
Trafalgar suspiró, derrotado. Azuzando a su caballo de nuevo hacia el mensajero, anunció:
-Decid a Su Majestad que avanzaremos al este e instalaremos campamento tal y como desea.
El mensajero asintió y, con una rápida reverencia, dió la vuelta a su caballo poniendo rumbo de vuelta al oeste, donde el grueso de las tropas Westfallia marchaba hacia Entanas.
Trafalgar suspiró y volvió a echar una ojeada en dirección a Kipavilla. De entre las densas vaharadas de humo le pareció distinguir algunas figuras que, tambaleantes, se alejaban de aquél lugar condenado.
-Y cuando hayamos instalado el campamento, volveré aquí -murmuró Trafalgar.
Sir Lareth von Arusteihr, debatiéndose entre la lealtad a su amigo y el deber a su bandera, acompañó con la mirada la de su comandante sin añadir nada más.
40 millas al norte de Kipavilla. 15 de Marmadin del 1509 d.S.
La humanidad se prepara para una guerra como la Terra Conocida no ha visto desde hace siglos. Sus líderes marchan con sus hombres, atravesando un terreno que, poco a poco, se va inundando de un caos imprevisto.
Es en momentos así donde los auténticos líderes y sus leyendas se forjan.
Este relato forma parte de las escenas cortas que se desarrollan justo en los primeros días tras el regreso de la Llama de los Elfos y sirve de contexto para los eventos que se sucederán durante el Capítulo 5: Avatares del Destino. Puedes ver los relatos anteriores a continuación:
Autor: Ricardo García
Ilustración: Generada por Dall-E 2