Regreso a Casa: El rescate de los cautivos

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El conjuro de invisibilidad se había acabado o algún efecto mágico presente en la tienda lo había neutralizado. En cualquier caso, eso significaba que volvía a ser visible. Y Taryc también. Sin embargo, a diferencia de ella, la humana no se había dado cuenta todavía. En ese momento estaba investigando la esfera dorada en la que el varón humano se hallaba preso y se preparaba para sacarlo de allí. Y Lidris sabía que eso traería consigo un fuerte destello.

No se lo pensó más. Salió a la carrera de su escondrijo y atravesó la habitación hasta la entrada de la tienda mientras desenfundaba la daga que portaba al cinto. De un solo tajo cortó los nudos que mantenían sujeto el toldo de la entrada de la tienda, que cayó por su propio peso tapándola por completo. Acto seguido, cerró los ojos.

Un destello de luz dorada inundó la tienda durante un instante. Cuando Lidris volvió a abrir los ojos, el cuerpo del humano que había estado preso hasta ese momento yacía junto a Taryc en el suelo. Estaba consciente y parecía muy confundido.

Lidris se volvió entonces hacia el toldo que acababa de echar mientras se apartaba un par de pasos a un lado. Más allá había decenas de soldados y hechiceros. ¿La habrían visto cerrar la tienda? ¿Habrían percibido el destello? Se esforzó para concentrarse en los sonidos que llegaban a través de la lona, manteniéndose a la espera junto a la abertura. Su daga estaba presta para caer sobre el primero de los drow que entrase allí.

Cuando, tras unos momentos, nadie apareció, Lidris se permitió volver a respirar con normalidad. Un segundo destello inundó el interior de la tienda.

-¿Quieres dejar de hacer eso? ¡Nos van a descubrir! -se permitió susurrar Lidris, aunque estaba convencida de que Taryc no podía oírla.

Los humanos se incorporaban con dificultad, fuera ya de sus prisiones de ámbar. En susurros, la mujer de pelo castaño y mirada acerada comenzó a discutir con Taryc, que le respondió en frases cortas y asentimientos. El hombre de la armadura, en cambio, inspeccionaba su equipo sin cesar. Había enfundado su espada y dedicaba especial atención a lo que parecía una figurilla de piedra del tamaño de una mano abierta.

Por fin, los tres decidieron poner rumbo hacia Lidris, que los esperaba repartiendo miradas apremiantes entre ellos y la lona de la entrada de la tienda. Los detuvo un nuevo chillido del extraño diablillo que había en el centro de la tienda, que revoloteó alrededor de su percha con aire amenazador.

-Es un mephit de tierra -oyó decir a la mujer de pelo castaño-. Cuidado, pueden ser violentos.

Taryc se aproximó a la criatura con las manos en alto. Sus ojos se encontraron y la muchacha se detuvo para sostener su mirada con calma y seguridad. La criatura abría y cerraba la boca llena de pequeños colmillos como si quisiera decir algo, pero los sonidos que emitía tan solo recordaban a los sonidos que la tierra suelta haría al desplazarse por un terraplén, con diferentes tonos de agudo. Taryc dio un nuevo paso adelante. El mephit se colocó en su percha y esperó, vigilante.

Taryc aprovechó para sacar unas ganzúas finas que había estado guardando en uno de los saquillos de su cinturón e inspeccionó los grilletes a los que el mephit permanecía preso. Introduciendo una de las varillas en un pequeño agujero cercano a la unión de la argolla metálica, comenzó a hacer palanca mientras empujaba con paciencia un enorme clavo que las mantenía unidas. 

-No podemos entretenernos mucho -susurró Lidris sin poder aguantar su nerviosismo. ¡Ya deberían haber salido de allí!

-Ya está -contestó Taryc.

Los grilletes dejaron escapar un tintineo metálico al caer y chocar contra el pie de la percha. El mephit examinó su pierna con sorpresa allí donde el grillete se había cerrado sobre su rocosa piel mientras se frotaba las garras. Tras ello se alzó y volvió a decir algo que sonó como si un puñado de granos de arena se escurriesen entre las cámaras de cristal de un reloj.

-No hay de qué -le sonrió Taryc.

La criatura se alzó de su percha y aleteó hasta el techo de tela de la tienda. Usando sus afiladas garras, abrió una pequeña abertura y se escabulló en la oscuridad.


Los mephit son criaturas muy difíciles de encontrar en los planos materiales. Normalmente suelen atraidos por nodos elementales desde su plano natal, nunca demasiado lejos de ellos. El resto, en otros planos, suelen ser convocados por magos o hechiceros para que hagan de familiares y, como siervos, cumplan sus deseos. Esto último es muy poco frecuente en Vilia, un plano que ha sido separado del resto del multiverso.

Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:

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Autor: Ricardo García
Imagen: Stable Difussion with several models
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino

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