Dart-dos paseaba intranquilo en una amplia antesala de la Torre de Cristal. Había pasado demasiado tiempo esperando. Kaith debería haber vuelto ya.
Inconscientemente posó la mano en el mango de su hacha. La sensación de la madera, vieja compañera de viajes, solía calmarlo en estas situaciones. Los atlantes que los cobijaban… o quizás fuese más adecuado decir que los mantenían presos, habían permitido que se quedase sus armas. Ellos lo habían llamado un acto de cortesía. El enano, por contra, sabía que se trataba de arrogancia. Había estado con suficientes atlantes… más de los que él quisiera… como para saber que a ninguno de ellos podría pasársele por la cabeza que un mensch pudiera suponer una amenaza.
Dart-dos dejó escapar un gruñido mientras sus pasos, al igual que su mente, continuaban trazando los mismos círculos. Él había pasado tiempo con muchos atlantes, pero ninguno de los aquí presentes, con contadas excepciones, lo había pasado con él. Y quienes lo habían pasado no lo recordaban. ¿Quién iba a pensar que ese mismo enano que se paseaba por uno de los innumerables salones de la Torre de Cristal sería el mismo que había visto con sus propios ojos la Separación, hacía más de 1500 años?
Esos mismos atlantes que ahora se volcaban sobre una muchacha inocente intentando encontrar la forma de entender un poder que habían perdido hacía más de un milenio: el poder de la clarividencia. El enano sonrió: ¡qué ironía para ellos, omnipotentes atlantes! Tener que depender de un ser que consideraban impuro: el producto de la mezcla de su majestuosa estirpe y la de los mensch a los que tanto menospreciaban. Una semiatlante. ¡Menuda cura de humildad!
En ese momento uno de los muros de cristal opaco de la sala pareció desplazarse y replegarse sobre sí mismo, formando una oquedad. Kaith atravesó el umbral seguido de un atlante alto y fibroso con el cabello corto de un profundo color rojo. Dart-Dos lo conocía: Agni, uno de los favoritos de Thrain durante la Separación. El responsable de la investigación que llevaban a cabo con su compañera desde hacía casi una estación. Por supuesto, en las semanas que habían pasado allí, a él no le había dedicado ni una sola palabra.
Kaith y Agni se detuvieron y conversaron en idioma atlante, al cual Dart-Dos no lograba acostumbrarse. Por fin, el atlante se despidió animadamente de la muchacha y se marchó por uno de los pasadizos de la Torre, aparecido de la nada, que volvió a cerrarse tras de sí.
-¿Estás bien, Kaith? Habéis tardado demasiado esta vez -preguntó el enano mientras dedicaba una ojeada al espacio de la pared por donde el atlante había desaparecido.
La muchacha, de pelo castaño y rizado y cansados ojos grises, suspiró:
-Estoy bien, Dart-Dos. Pero he sentido algo. Creo que nuestros compañeros han vuelto. Y han traído consigo el artefacto que buscaban.
Las pobladas cejas del enano se alzaron arrugando su frente, único indicio de sorpresa en su por lo demás inmutable rostro. Dejó escapar un quedo gruñido tras su larga y poblada barba, al que Kaith respondió:
–Agni no lo sabe. No se lo he dicho… pero no me cabe duda de que lo descubrirá pronto. Aunque no creo que tenga oportunidad de hacer algo al respecto. Mañana abandona la ciudad.
El enano volvió a fruncir el ceño, pensativo.
-¿Y qué pasa con las pruebas que te están haciendo? -preguntó.
-Agni me ha dicho que continuarán en los próximos días, que lo ha dejado todo preparado… pero yo lo dudo -respondió la muchacha con un suspiro, dejándose caer en uno de los cómodos asientos de piel de la sala. Dart-dos la imitó.
-Creo que ya han encontrado todo lo que podían descubrir. Yo he aprendido todo lo que podía aprender sobre mi estado y sobre la clarisentiencia… y les he intentado ayudar lo mejor que he podido. No podemos hacer mucho más aquí.
>>Además, pronto van a venir a buscarnos.
Esa afirmación hizo saltar de nuevo al enano de su asiento.
-¿Quién? -preguntó con voz feroz-. No será de nuevo el Caballero. No permitiré que te ponga las manos encima.
-No, no -contestó Kaith con una sonrisa-. ¡No os preocupéis, oh, noble enano! Me refiero a nuestros amigos. Taryc, Ashazaar y los demás. Sé que no tardarán mucho…
>>Pero me temo que aunque vengan, no va a ser fácil salir de aquí.
Dart-Dos echó una nueva ojeada a la sala de la Torre de Cristal donde se encontraban. Calculó que se hallaban a unos 100 metros por encima de la base de la torre, la cuál se alzaba sobre los escarpados penachos de la cadena montañosa que ocupaba la parte alta de Txultab-tah-naeb.
-La única forma de salir de aquí es volando -comentó, pensativo.
Kaith asintió:
-O a través de la magia. Pero en ambos casos, convencer a los atlantes va a ser complicado incluso aunque no esté ya Agni por aquí. Necesitamos algo más de ayuda… para escapar.
El enano volvió a sumirse en el silencio unos segundos. De repente pareció caer en algo y alzó el rostro, alarmado:
-No estarás pensando en ese granuja drow que conocimos hace unas semanas, ¿verdad? Ese tal Thadal.
Kaith asintió con una leve sonrisa:
-Creo que es nuestra mejor opción.
-Yo creo que antes podríamos esperar a que nos crecieran alas.
Kaith soltó una carcajada y llevó la mano a su espalda.
-Me temo que llegas tarde -respondió, sonriendo-. Y las alas no serían suficiente. Necesitamos que alguien nos saque de aquí de forma que no puedan seguirnos fácilmente. Y Thadal estaba dispuesto a ayudarnos, incluso apenas sin conocernos. Creo que deberíamos aprovechar esa oportunidad.
Dart-Dos lanzó un nuevo gruñido, sus brazos cruzados sobre su pecho mientras observaba a su compañera con recelo. Por fin dejó escapar un suspiro y, de mala gana, respondió:
-¡Es difícil discutir con un Augur! Está bien, intentaré contactar con él. Pero es mejor que nos preparemos… para cuando nos traicione.
-No lo creo. Thadal tiene sus propios problemas.
Ambos cayeron en un profundo silencio mientras el enano observaba con intensidad a su compañera, esperando a que continuara. Por fin, perdiendo la paciencia, concluyó:
-¡Empiezo a cansarme de que siempre dejes cosas sin decir! ¿Es algo que tenéis que hacer todos los adivinos? ¿Comportaros como si fuérais los seres más misteriosos del mundo?
Kaith no pudo aguantar una carcajada.
La Torre de Cristal, en Txultal-tah-naeb. Gaia. 15 de Marmadarim (III) del 1509 d.S.
Entre los grandes planes de elfos y atlantes hay algunos seres que son imposibles de predecir. Uno de ellos es Kaith, una simple muchacha que sueña con el futuro. Su contacto con Sun, el hijo de Thrain, le enseñó que todos los planes de los grandes y poderosos seres de Vilia palidecen ante el verdadero enemigo: el Tiempo.
Kaith se envuelve en misterio y en un aire de inocencia que se ha ganado la confianza de los dragoons. Pero nadie está seguro de que ese velo de misterio envuelva un plan concreto o, sencillamente, ignorancia y buenos deseos.
Este relato forma parte de las escenas cortas que se desarrollan justo en los primeros días tras el regreso de la Llama de los Elfos y sirve de contexto para los eventos que se sucederán durante el Capítulo 5: Avatares del Destino. Puedes ver los relatos anteriores a continuación:
- El Amanecer en Kipavilla
- Ejércitos en Marcha
- Mensajero a Puerta de las Tormentas
- El Despertar de la Magia
- Tentación y Poder
- Realeza y Estirpe
Autor: Ricardo García
Ilustración creada en Dall-E 2