El Ídolo de Cristal, parte I: Comienza el asalto

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– Llegas tarde – ladró Barod.

Lemire simplemente lo miró, cansado. No había tenido un buen día, y juraría que el barril de pólvora con el que cargaba había ido pesando más a cada paso que daba.

– ¿Y qué carajo ha pasado? Estás hecho una mierda. Estábamos a punto de salir a buscarte.

Lemire sonrió.

– Qué quieres que te diga, tu madre no quería dejarme salir de la cama – respondió al undino, satisfecho.

El rostro de Barod se contrajo por la furia, pero antes de que pudiese articular una respuesta una suave voz los interrumpió.

– Lemire, eso no es muy agradable, creo que teníamos todo el derecho del mundo a estar preocupados. ¿Qué tal si te portas como un niño bueno y nos dices qué ha pasado?

Sobresaltado, Lemire miró en la dirección de la que venía la voz. No pudo evitar que una ligera punzada de pánico asomase en su voz.

– ¿Lorna? ¿Te han dado esta misión a tí?

Saliendo de entre las sombras, la mujer le dedicó una sonrisa traviesa mientras jugueteaba con una daga.

– ¿Algún problema con ello?

Los ojos de Lorna, levemente rasgados denotando su ascendencia inkauriana, se clavaron en el ladrón, que se encontró a sí mismo retrocediendo un paso.

– Eh… no. No, claro que no. Sea como sea, deberíais daros prisa. – Lemire tendió el barril de pólvora a Barod, contento de poder quitárselo de encima por fin – La distracción no va a durar demasiado, visto lo visto.

Barod no cogió el barril. Lemire, algo confuso, lo volvió a intentar.

– ¿Qué ha pasado, Lemire? – Insistió Lorna.

Lemire suspiró. Había ensayado esta parte durante el camino, pero habría preferido poder saltarse las explicaciones.

Cran la cagó. Alertó a la guardia, y cuando nos quisimos dar cuenta los teníamos encima. A duras penas logré salvar este barril. Pero eh, ahora tenemos una distracción más efectiva. Y repito, deberíais daros prisa antes de que las cosas se calmen un poco. Ya deberíais estar llegando al distrito gubernamental.

– ¿Así que Cran la cagó, eh? – Barod claramente no se lo creía, pero a Lemire no le importaba especialmente.

– Sep. No tuve más remedio que dejarlos. Arkus es duro, pero no creo que duren mucho, la verdad. En serio, id tirando – dijo, volviendo a intentar darle el barril a Barod.

– Arkus ha sobrevivido a cosas peores – intervino Lorna, llevándose la mano distraídamente a la cicatriz que le recorría la mejilla – Pero sea como sea, tienes razón en que deberíamos ir yendo. No podemos dejar que los de la Mangosta lleguen antes que nosotros a la mansión Rockstead. Seguidme.

– ¿La Mangosta? – dijo Lemire, confuso.

– Sí – respondió Barod mientras echaba a andar -, nos ha llegado un soplo de que planean el mismo golpe que nosotros, y justo esta noche. Por eso las prisas.

Lemire asintió con aire pensativo, pero entonces se dió cuenta de que Lorna y Barod esperaban a que les siguiera. El pánico se adueñó de él.

– Un momento. No pretenderéis que vaya yo. ¡Ese no era el plan!

En un rápido movimiento que Lemire no fue capaz de seguir, Lorna se puso detrás suyo. El ladrón notó la punta de la daga de la mujer haciendo presión contra sus riñones y su voz, gélida y amenazante, en su oído.

– El plan era que llegases hace una hora. El plan era no dejar testigos. El plan ha cambiado. Ahora cierra tu puta boca y sigue mis órdenes, como el buen cachorro que eres.

Tan rápido como se colocó detrás suyo, Lorna volvió a colocarse en cabeza, y sin más siguió caminando.

Lemire tragó saliva, se secó el sudor de la frente y se irguió justo a tiempo de ver como Barod lo miraba con sorna, pero no encontró fuerzas más que para empezar a caminar.

El día no hacía más que mejorar. Estúpido barril de pólvora.


– Esconded a estos dos entre los arbustos, o algo. Preferiría que nadie los encontrase hasta que estemos ya lejos de aquí. – Dijo Lorna mientras se dirigía a una puerta lateral de la mansión Rockstead.

Lemire, muy a su pesar, no pudo menos que admirar la habilidad de la mujer. Los había conducido por un distrito gubernamental en alerta sin encontrar una sola patrulla, y le había dado tiempo a noquear en absoluto silencio a dos guardias en el tiempo en que Barod y él trepaban el muro de la finca.

A Lemire no le sorprendió que ni siquiera se hubiese molestado en matar a los guardias. Según Lorna, el “beso” de sus “niñas”, como se refería a sus dagas, sólo era para aquellos que consideraba dignos, o que la lograban cabrear de verdad.

Claramente estaba loca. Pero era efectiva, y en la banda del Alfa eso te hace llegar lejos.

Una vez Barod y él se encargaron de esconder los cuerpos, Lorna sacó una llave de un bolsillo y, con sumo cuidado, abrió la puerta trasera de la mansión.

Lemire reconoció la llave al momento. Él mismo la había obtenido del mayordomo de la mansión un par de días atrás. Sonrió, recordando momentos más felices, y siguió a sus compañeros al interior.

El trío se movió por la mansión con cuidado, con Lorna y Lemire asegurándose de que no había moros en la costa antes de que Barod, menos sigiloso que ambos, continuase.
Se movieron a través de las cocinas, donde encontraron unas escaleras que llevaban al segundo piso, y a cada paso que daban Lemire tenía que contenerse para no sobrecargarse más saqueando la cubertería de plata. Cada vez odiaba más ser él quien cargaba con el barril.

Una vez en el segundo piso, Lorna fue directa hacia una puerta concreta, pegó el oído sobre la hoja y seguidamente la abrió con una sonrisa de satisfacción. Habían llegado al laboratorio de Andrea Rockstead.

Esta habitación había visto días mejores. El mobiliario había sido repuesto, pero estaba claro por las manchas de las paredes que había habido un incendio reciente. Estaba todo bastante desordenado, pero tras un vistazo rápido Lorna se acercó a una esquina y retiró una manta, dejando a la vista un cofre.

– Premio. Chicos, os toca trabajar. Hagamos esto rápido y salgamos de aquí.

Acto seguido se dirigió hasta la puerta, y sacando un set de herramientas de otro bolsillo (¿cuantos bolsillos tenía esta mujer? Lemire no tenía ni idea) comenzó a jugar con la cerradura, intentando atrancarla.

 

Lemire y Barod se acercaron al cofre, y el primero comenzó a actuar, llenando la cerradura del cofre con pólvora.

– Ten cuidado con esa cosa. Si te cuelas con la cantidad y te cargas lo que haya dentro no creo que los jefes te vayan a dejar librarte con un cachete precisamente – dijo Barod con una mirada furtiva a Lorna.

– Sé lo que hago, tapón. No molestes – respondió Lemire, quien sin embargo empezaba a notar el sudor recorrer su frente.

– Sólo digo – insistió Barod, con una sonrisa – que no sé lo que echa a sus cuchillos, pero yo de tí no lo comprobaría. He visto a gente mearse encima de pura agonía por un simple roce.

– Sé. Lo. Que. Hago – Lemire estaba a un paso de romperle el barril en la cabeza a su compañero, cuando de repente les interrumpió Lorna.

– Silencio. No estamos solos.

Lemire y Barod se callaron. Entonces pudieron oírlo claramente. Golpes. Gritos. Había estallado una pelea en la planta baja de la mansión.

La Mangosta – dijo Barod – ¡Rápido, acaba con esto, tenemos que salir de aquí antes de que nos jodan la operación del todo!

– Apresúrame y volaremos todos.

Lemire empezó a maldecir para sus adentros. De verdad, qué asco de día. No puede ir a peor.

Y entonces el día empeoró.


Autor: David Russo (@Solen_Inthuul)
Ilustradora: Marta Calvo-Rubio Gutiérrez (@Endellion.art)
Callejones de la Perrera, en Puerta de las Tormentas. Media Esuarth, Entanas
Mansión de Andrea Rockstead. Distrito Gubernamental de Puerta de las Tormentas. Media Esuarth, Entanas
Madrugada del 37 de Ragniar del 1487 d.S.


Abrimos el ciclo El Ídolo de Cristal con el primer relato del asalto a la mansión de Andrea Rockstead. Contamos aquí los avances de la banda del Alfa que, habiendo sido quienes menos probabilidades de éxito habían obtenido durante el ciclo de Estirpes de Ladrones jugados en el FicFest de Mayo de 2018, no fueron interpretados en una partida.

Los hechos contados aquí ponen en contexto los eventos que se contarán en el par de relatos que quedan en este ciclo.

Además en esta publicación contamos con la colaboración de Marta Calvo-Rubio, de Endellion.art. Nos demuestra su habilidad ilustrando una de las escenas más divertidas del relato. Además de ilustradora, Marta es joyera esmaltadora. Lleva a cabo trabajos a medida de todo tipo, en especial si tienen un trasfondo friki. ¡Si tienes un cumpleaños cerca no dudes en echar un vistazo a su catálogo!

¿Quieres colaborar con nosotros? Ponte en contacto con la Iniciativa Vilia en bardomero@vilia.es o en Twitter.

No te pierdas el resto de la historia.

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