Las dos mujeres caminaron a través de la profunda oscuridad del submundo durante un largo rato. No intercambiaron palabras apenas, ambas conscientes de la importancia de pasar desapercibidas tanto a la vista como al oído.
Lidris no pudo evitar sorprenderse ante la habilidad de su recién hallada compañera. Se movía casi con la misma gracilidad que ella misma, con paso ligero y rápido. Si bien su mochila era abultada, ninguno de los objetos que contenía emitían el más leve tintineo, claramente asegurados con tal propósito. En una ocasión tuvieron que detenerse para evitar un grupo de inquietos ciempiés gigantes que avanzaba en la dirección opuesta a la que se dirigían, atraídos por el despliegue de luz que habían causado. La humana había logrado encontrar un escondrijo en completo silencio y sin poder ver nada, guiada tan solo por el tacto. La semielfa estaba impresionada.
-Espera -escuchó entonces Lidris el susurro de su compañera-. ¿Notas algo?
-No -contestó Lidris también en voz baja-. Vamos, debemos continuar.
-Avancemos en esa dirección -contestó la humana señalando en una dirección aparentemente arbitraria-. Creo que hay algo ahí.
Lidris estuvo a punto de replicar, pero prefirió encogerse de hombros. Su prioridad era alejarse de esa región todo lo posible y encontrar un lugar seguro donde descansar. Ya no le quedaba ninguna de las referencias que se había esforzado en mantener hasta entonces debido a la presurosa huida que habían emprendido, por lo que a aquellas alturas cualquier dirección era buena. Volver sobre sus pasos para abandonar aquellas cavernas era un problema que tendrían que afrontar más adelante.
Así pues, las dos mujeres avanzaron en la dirección indicada por la humana. El camino atravesó varias repisas y huecos escarpados que tuvieron que escalar con lentitud, lo que al mismo tiempo se convertirían en obstáculos para cualquier perseguidor que les siguiera la pista. Tomar ese camino no había sido mala idea.
Tras avanzar a lo largo de varias cavernas de techo bajo, las dos compañeras dieron a parar a una enorme sala de piedra por la que atravesaba un riachuelo que había logrado labrar un lecho sobre la roca. Tras ella se alzaba una colina a la que se podía subir gracias a una pendiente irregular, rota en varios puntos.
Lidris comenzó a explorar los alrededores buscando formas de esquivar la escarpada pendiente pero su compañera la detuvo.
-Por ahí -indicó señalando hacia la cima de la colina.
-¿Cómo sabes que necesitamos subir? -preguntó Lidris sin acabar de entender lo que estaba ocurriendo.
-No estoy segura. Creo que hay algo ahí arriba. Es una sensación que no había sentido nunca hasta hace muy poco, como un hormigueo en mi cabeza. Ya lo sentí mientras regresaba a Vilia.
Lidris no contestó, pero deseó que su recién hallada Dama del Dragón no estuviese loca.
Las dos ascendieron la colina hasta llegar a la cima. Una explanada daba paso a una ancha cornisa que se extendía a lo largo de una pared vertical delimitando el espacio donde se encontraban. Lidris no podía ver el techo, perdido más allá del rango de visión que le conferían sus gafas encantadas, pero pudo identificar la abertura de una caverna escondida por una floración de estalagmitas cercana a la cornisa.
La humana soltó su mano y se dirigió hacia el centro de la explanada.
-¡Espera! ¿Dónde vas? -la conminó Lidris, siguiéndola.
-Dame un momento. Creo que está aquí.
La muchacha humana comenzó a hacer aspavientos en el aire como si estuviese intentando coger algo. Pero Lidris sabía que no había nada ahí: sus gafas no revelaban ningún objeto o ser vivo. Tendría que estar suspendido, además, para poder estar a la altura a la que su compañera parecía estar buscándolo. La conclusión estaba clara: aquella humana se había vuelto loca.
Un repentino destello de luz dorada surgió de las manos de la joven, cegando de nuevo a Lidris.
-¿Otra vez? Tienes que dejar de hacer eso…
Lidris se interrumpió al recobrar la visión en la oscuridad. En el centro de la explanada había aparecido de repente un objeto esférico como el que había hallado alrededor de su nueva compañera. En este caso la esfera estaba intacta. En su interior yacía el cuerpo inerte de un hombre alto vestido con una larga túnica. Su pelo, lacio y cayendo sobre su espalda, aparecía inmóvil, congelado dentro del material sólido. Su rostro era delicado y hermoso, de cejas finas y blancas, pómulos afilados, nariz ahusada y labios delgados cerrados con fuerza. Ni una sola arruga cruzaba sus rasgos. A su espalda portaba un imponente espadón y un escudo. Otra espada descansaba inmóvil a su costado.
El destino es un concepto importante en Vilia. Se dice que cada ser que habita este mundo tiene ya escrito su futuro, que cada decisión que se lleva a cabo tiene un resultado prefijado de antemano.
Por supuesto, nadie ha podido demostrar estas afirmaciones. Al fin y al cabo, ningún ser, ni siquiera los atlantes desde hace muchos siglos, es capaz de vislumbrar el entramado del tiempo.
O eso se pensaba hasta que Dart-Dos viajó al pasado y se enfrentó a una de las personificaciones del Tiempo, a uno de los guardianes del destino: el Caballero.
Desde entonces, la concepción del destino tiene otro significado para los aventureros que se debaten en busca de su camino en Vilia. Y es que, tal y como les avisara Sun el 10 de Sureolom (I) del 1509 d.S., se han topado con el que parece ser el verdadero enemigo.
Este relato forma parte del Arco Argumental «Regreso a Casa», del Capítulo V de Vilia: Avatares del Renacer. Puedes encontrar todos los relatos relacionados con este arco a continuación:
- La Llama de los Elfos
- Amenazas en la Oscuridad
- Una mujer envuelta en luz
- Regreso a Casa: Un faro en la oscuridad
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Autor: Ricardo García
Imágenes: Dalle2
Inspiración: Grupo 1 del Capítulo V de Vilia: Avatares del Destino