Estirpes de Ladrones, Parte III: el camino y la llave

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El sonido de una campanilla atrajo la atención de Alek Hruidan de su trabajo. Con una sonrisa confiada dejó el bordado en el que llevaba trabajando toda la mañana y salió del taller hacia el mostrador para atender a su primer cliente del día.

Se detuvo en el umbral, sorprendido al no encontrar a nadie en la pequeña recepción de su sastrería. Confundido, avanzó un par de pasos más. No había tardado mucho en llegar y la campanilla de la puerta todavía continuaba moviéndose. ¿Habría golpeado alguien la puerta por error al pasar?

-¡Buenos días, amable sastre! -dijo de repente una voz más allá del mostrador-. Estoy interesado en sus uniformes. He oido que son de una calidad exquisita.

Alek se inclinó sobre el mostrador y miró hacia abajo con una mueca sorprendida. Un lanan menudo le obsequiaba con una amplia sonrisa. Su imagen angelical quedaba empañada por la ruda camisa con refuerzos de cuero y los diminutos pantalones cortos que dejaban a la vista unas recias y peludas piernas.

El sastre mudó su expresión de sorpresa por una de profundo orgullo:

-Lo lamento -declaró en el tono perentorio que su dilatada carrera de sastre de alta alcurnia le había permitido desarrollar-, pero no trabajamos con tallas… pequeñas.

La sonrisa del lanan se congeló en su rostro.

-Me parece que le he entendido mal… -respondió marcando cada una de las palabras-. ¿Me ha parecido que me estaba llamando… bajito?

El sastre le dedicó una mirada cargada de desprecio antes de responder:

-Me temo que esta sastrería solo trabaja con el mejor de los materiales… y solo para los mejores clientes.

Los puños del lanan se cerraron con fuerza.


-Perfecto. Eric ya ha comenzado la distracción. ¡Vamos! -dijo Jacob a sus dos compañeros.

Con rapidez, el grupo se internó en el pequeño callejón que llevaba a la parte de atrás de la sastrería “Aguja de Plata”. Desde allí podían escuchar la discusión a gritos de su compañero:

-¡Esto es discriminación! Me he criado en Puerta de las Tormentas toda mi vida, y nunca había sido tratado así. ¡No voy a irme de esta tienda hasta ser atendido como debe ser!

-Lo está haciendo muy bien -comentó Conrad-. Casi parece que no esté actuando.

Jacob se detuvo ante una sencilla puerta al fondo del callejón. Tomando sus fieles ganzúas comenzó a inspeccionar la cerradura.

-Vamos, date prisa -lo apremió Conrad, que se mantenía vigilante en caso de que alguien les prestara más atención de la debida.

-Ya está -anunció Jacob y abrió la puerta lentamente.

Un par de mesas con utensilios de costura y numerosas bobinas de hilo se encontraban en uno de los extremos de una alargada sala. El resto estaba repleto de estanterías y cajas de madera de diverso tamaño. De algunos de ellos sobresalían prendas de muchos tipos. Los gritos de Eric podían escucharse con más claridad allí.

-¡Perfecto! Déjame ver qué encuentro -dijo Leah con rapidez y se internó en la estancia.

-¡Ten cuidado! ¡Que no nos vean! -la previno Jacob, pero la mujer se encogió de hombros.

-Dudo que el dependiente nos escuche. Eric lo está haciendo francamente bien.

-¡Exijo poner una reclamación! ¡Lo denunciaré a la guardia! ¡Esto es discriminación por estatura! -anunciaba en ese momento Eric a voz en grito.

Leah no tardó mucho en encontrar sus disfraces.


-Lo has hecho genial, de verdad. Cuando dijiste que ibas a prenderle fuego a la tienda con el sastre dentro me han entrado ganas de salir corriendo -comentaba Conrad en voz baja.

Eric lanzó un gruñido malhumorado y se limitó a encogerse de hombros.

-De acuerdo. ¿Cómo nos hacemos con esa llave, entonces? -preguntaba Leah mientras el grupo se dirigía de nuevo hacia la Escuela de Ingenieros del Distrito Gubernamental.

-Sabemos que la propia Andrea Rockstead guarda las llaves de su mansión -explicó Jacob-. Necesitamos la del cofre en el que guarda lo que sea que haya recibido hace un par de días. Tenemos que encontrarla mientras Andrea está dando clases en la Escuela de Ingenieros. He oído que es el único momento en el que no las lleva encima.

-¿Y dónde las deja entonces? ¿Qué tiene, un despacho para ella sola? -pregunta Leah, incrédula.

-Eso vamos a ver. Poneos los disfraces.


-Así que alumnos de Andrea Rockstead, ¿no es así? -pregunta un viejo profesor al grupo de cuatro estudiantes, uno de ellos de casi un metro de altura, con aire suspicaz-. En estos momentos se encuentra dando clase.

-¿Ahora? -responde Jacob con sorpresa-. Pero habíamos quedado con ella. Íbamos a su despacho en estos momentos.

-Pues todavía quedan dos horas para que Andrea termine su clase. Estar en los pasillos del tercer piso está prohibido, así que tendréis que marcharos.

-No, si en realidad estábamos en clase y hemos salido para ver a Andrea… -mintió descaradamente Jacob.

-Ah, ¿sí? Pues entonces será mejor que volváis a vuestro aula inmediatamente.

-No, si en realidad… -comenzó de nuevo Jacob.

-Está muy enferma -lo interrumpió de repente Eric.

Todos miraron al lanan, que continuó con voz afectada:

-¿No la veis? Se está retorciendo de dolor… Pobre Dorothea, apenas puede mantenerse en pie.

Eric lanzó a Leah una mirada elocuente. Leah se lo quedó mirando, confusa. Eric le dio un codazo y alzó las cejas, y por fin la mujer comprendió.

-¡Ay, mi estómago! -dijo por fin, retorciéndose de dolor.

El profesor se quedó mirando al grupo sin terminar de creérselo.

-Le viene como a oleadas. Y parece muy doloroso. Estábamos buscando la enfermería para poder dejar a Dorothea allí.

-Entiendo… está bien, os acompañaré. La enfermería está en la tercera planta.

Los compañeros se miraron entre ellos y, encogiéndose de hombros, siguieron a su guía por unas empinadas escaleras de mármol.


-Date prisa, Jacob. Los guardias tienen que estar al llegar -dijo Conrad desde la puerta del despacho de Andrea Rockstead.

-Si crees que puedes hacerlo más rápido, ven aquí y lo haces tú -respondió Jacob mientras continuaba forcejeando con el cajón del escritorio.

Cada movimiento que llevaba a cabo con las ganzúas estaba medido después de años de práctica. A ojos de un observador casual podría parecer que no estaba haciendo nada, pero entonces se oyó un click.

-Lo tengo -dijo Jacob, y Eric y Conrad se acercaron a mirar.

Al abrirlo, el grupo descubrió que el cajón contenía tan solo un manojo de llaves, de las que podían contarse veinte. Los tres ladrones se miraron entre ellos.

-¿Y ahora qué? -preguntó Eric.

-Pues no tengo ni idea… ¿nos llevamos el manojo entero? -dijo Jacob, no muy seguro.

-Eso llamaría mucho la atención. Sabrían que han sido robados y no nos daría tiempo de hacer el trabajo esta noche.

-Espera, creo que sé cuál es -interrumpió entonces Conrad, y alargando la mano se hizo con una de las llaves del manojo-. Por el tamaño y la forma que tiene, ésta es la única que puede pertenecer a un cofre.

-¿Estás seguro? -preguntó Jacob.

Conrad se encogió de hombros:

-O eso, o a una caja de música. O bueno… quizás una ventana.

Jacob y Eric se quedaron mirándolo sin decir nada.

-Viene alguien -dijo Jacob de repente-. ¡Rápido, coge la llave!

Los tres ladrones abandonaron el despacho con rapidez.


-Sois unos bastardos -decía Leah-. Después de tener que aguantar al clérigo de Sior que había en la enfermería, vinieron dos guardias a preguntarme por vosotros. ¿Qué les habíais dicho?

-Que había habido una emergencia en la clase de Andrea -contestó Eric, encogiéndose de hombros-. Nos dio el tiempo que necesitábamos.

-Pues no se lo tomaron nada bien. Tardé una hora en convencerlos de que solo éramos compañeros de clase y que no os conocía de nada. Y después tuve que aguantar otras dos horas sentada en un pupitre escuchando a un viejo estirado hablando de la velocidad a la que se mueve el agua, y no sé qué de densidades y… ¡qué horror!

El grupo caminaba por los oscuros pasadizos subterráneos que recorren algunas zonas de Puerta de las Tormentas. Las paredes de mampostería parecían absorber la luz de la antorcha que llevaba Conrad. El único sonido que escuchaba el grupo era el de sus pasos, ligeros y rápidos.

-¿Y no preferirías haberte quedado en la Escuela? Esto tampoco es muy agradable -comentó Eric mientras no dejaba de observar en todas direcciones, inquieto.

-En absoluto. Prefiero perderme aquí abajo que aguantar a esos profesores pedantes. Aquí por lo menos hace fresco -respondió Leah sin dudarlo.

-No nos vamos a perder, éste es el camino -les aseguró Jacob al resto.

En ese momento el largo pasillo dio paso a una enorme sala redonda. La luz de la antorcha apenas podía llegar al fondo, de donde arrancaba destellos a algo brillante incrustado en la pared.

-Esperad que eche un vistazo -anunció Conrad mientras se acercaba cautelosamente.

La pared de mampostería era oscura y mostraba indicios de humedad. En el centro, a media altura, una fina talla había sido engastada a todo lo largo. Estaba hecha de metal, por lo que resplandeció con intensidad a medida que Conrad se acercaba.

-Son letras -dijo Conrad-. Es un mensaje en esuarthiano. Dice: “Cuanto más hay, menos ves. Entrégate a mí para desvelar el camino”.

-¿Un acertijo? ¿En mitad del subterráneo? -preguntó Leah, incrédula-. ¿En serio?

-Pensabas que habías dejado los exámenes en la Escuela de Ingenieros, ¿verdad? -la pinchó Eric sin piedad, tras lo que continuó explicando-. Estos túneles, al igual que la mayoría de las defensas de la ciudad, fueron construidos por el arquitecto Meriad Luque antes de la Primera Gran Guerra. Era todo un cerebrito. Logró ocultar la existencia de estos túneles al Imperio Entánico. Se cree que hay secciones que todavía no se han descubierto.

-Perfecto, un genio loco. Lo que nos faltaba -se lamentó Conrad.

-Pero en la Cofradía ya conocían este camino. Si no, no nos habrían mandado hasta aquí -añadió Jacob.

-No me extrañaría que solo conozcan la entrada por la que hemos venido nosotros, y el hecho de que la mansión de Andrea Rockstead tiene un acceso. Nos toca a nosotros unir los dos puntos.

-¡Esperad! -los interrupió Conrad-. Creo que lo tengo.

Entonces el muchacho dejó caer la antorcha, que en cuestión de segundos se apagó. La sala quedó sumida en la oscuridad.

-¿Por qué haces eso? -increpó Leah, enfadada.

-¡Silencio! -se limitó a responder Conrad.

El grupo se mantuvo callado unos segundos, que les parecieron horas. Un sonido chirriante, parecido al arrastre de piedra sobre piedra, inundó la sala antes de desaparecer.

-¡He acertado! -exclamó Conrad.

Un choque de metal sobre piedra perforó entonces el espeso silencio de la sala, como si se tratara de un pesado paso.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó Eric.

Un nuevo golpe metálico resonó en la estancia, seguido de un grito y del golpe seco de un cuerpo al caer.

-¡Conrad! -gritó Jacob-. ¡Nos atacan!

Jacob buscó una ramita yesquera en sus saquillos y encendió otra de las antorchas que portaba. La luz iluminó la estancia lentamente y se reflejó en las piezas de una armadura que se encontraba apilado en el centro. Conrad yacía al otro extremo de la sala con una fea herida en la frente. Parecía haber perdido el conocimiento.

Entonces el conjunto de armadura comenzó a incorporarse. Un leve sonido de metal contra metal parecía emanar de él, como si pequeñas piezas metálicas se moviesen sin cesar en su interior.

-Por la papada de Thrain, ¿qué es eso? -dijo Eric, dando un paso atrás.

-Dímelo tú -contestó Jacob-. Pero sea lo que sea, no tiene buenas intenciones.

La armadura se volvió hacia los tres ladrones como si los viese, el sonido metálico de ruedas y engranajes emanando sin cesar. En su guantelete empuñaba una pesada espada de acero negro. Sin previo aviso echó a correr pesadamente hacia ellos.

-¡Cuidado! -gritó Eric.

Con un salto, el lanan logró esquivar la embestida. Tras dar una voltereta desenfundó una de las dagas que llevaba al cinto y la lanzó con fuerza. El arma se estrelló contra la armadura y rebotó, causándole poco más que una pequeña abolladura.

La armadura continuó su camino y descargó la espada contra Leah, que la esperaba en guardia. Los dos aceros chocaron con un gran estruendo. La mujer pudo contener su carga.

-Es muy fuerte -avisó con los dientes apretados.

Jacob aprovechó el momento para moverse alrededor del enemigo y descargar su arma contra las corvas de la armadura. El golpe no logró hendir el metal, pero fue suficiente para desequilibrar a la figura acorazada y que hincara una rodilla en el suelo.

Leah dio un salto hacia atrás para evitar ser aplastada. Con un potente grito, descargó un golpe lateral contra el hueco del cuello de la armadura. La espada chirrió al colarse entre el peto y el casco, produciendo después un potente chasquido. Numerosas ruedas de metal dentadas cayeron a través del frontal del casco, diseminándose por la habitación.

-¡Buen golpe! -la animó Eric, que desenfundaba otra daga.

Entonces la armadura volvió a ponerse en pie con dificultad. Leah intentó recuperar su espada de entre las láminas de la armadura, sin éxito. Un puño enguantado se estrelló contra su rostro, rompiéndole la nariz y lanzando a Leah al suelo.

El enemigo acorazado se volvió de nuevo a por su siguiente enemigo.

-Rectifico. Esto no pinta bien -dijo Eric, y lanzó una nueva daga que golpeó el peto de la armadura. Algunas ruedas más se desperdigaron por el suelo-. ¡Será mejor que corras!

Pero Jacob no le hizo caso. Esperando al momento en que la armadura andante descargara su espada, el ladrón se lanzó al suelo e intentó clavar su propia arma en una de las botas metálicas. La punta de la espada se dobló al chocar contra el metal y, al recibir el peso de Jacob, se partió en una explosión de esquirlas metálicas.

Jacob intentó rodar para salir del alcance de su enemigo. Sin embargo, la armadura le propinó un puntapié en el estómago que lo hizo caer de espaldas al suelo, sin aliento. Su antorcha cayó al suelo y comenzó a apagarse.

-¡Maldita sea! ¡No puede ser!

Eric se lanzó sobre el enemigo y, empuñando una daga, la clavó tan profundamente como pudo en una de las rendijas que tenía la armadura en la cintura. La criatura apenas pareció notarlo.

Jacob pudo ver la espada alzándose, preparada para caer sobre él. La menguante luz de la antorcha se reflejaba en su oscuro filo donde podía ver su propio rostro, horrorizado. Entonces una saeta atravesó el aire de la estancia y se incrustó profundamente en el hueco frontal del casco de la armadura, atravesándolo. El repiqueteo metálico pareció acelerarse durante un instante. Acto seguido, desapareció por completo.

El mandoble nunca alcanzó a Jacob. La armadura se quedó total y completamente inmóvil, sumida en un profundo silencio.

-Siento no haber podido ayudaros antes -se oyó la voz de Conrad. Con una trémula sonrisa en el rostro, el ladrón continuaba apoyado en la pared. En sus manos sostenía su ballesta, que acababa de disparar-. Espero que no me echárais de menos.


El grupo de ladrones abandonó las oscuras catacumbas de Puerta de las Tormentas. Conrad y Leah se apoyaban sobre Jacob, y Eric los acompañaba portando algunos de los restos del enemigo metálico al que se habían enfrentado.

-No quiero volver ahí abajo. Nunca -decía Leah.

-Pues esta noche mandarán un equipo a través de los túneles hasta la mansión -contestó Jacob-. ¿Te lo vas a perder?

Leah permaneció en silencio mientras se pasaba la mano por el rostro magullado. Sus dedos estaban ensangrentados.

-Al menos hemos cumplido nuestra parte. Las catacumbas están mapeadas. Quien vaya, lo tendrá muy fácil -comentó Conrad.

-¡Por Sior! Nunca digas eso en voz alta -contestó Jacob.


Autor: Ricardo García (@BardoVilia)
Distrito Gubernamental de Puerta de las Tormentas. Media Esuarth, Entanas
36 de Ragniar del 1487 d.S.


Estirpes de Ladrones fue un conjunto de tres partidas que llevamos a cabo durante el FicFest, el día 5 de Mayo de 2018. Este relato está basado en los hechos de la partida del grupo de Merodeadores que jugamos por la tarde. ¡Muchas gracias a sus los jugadores que participaron en ella!

Primeros Compases, El camino y la llave, y el relato que publicaremos próximamente están basados en los hechos llevado a cabo durante esas partidas, que quedan canon en el mundo de Vilia.

La historia cuenta los preparativos que llevan a cabo dos bandas de ladrones rivales en la ciudad. Los Merodeadores están liderados por la Mangosta, un misterioso líder que poca gente ha visto en persona. Su sutileza sirve de ejemplo para las actividades de todos sus hombres. La banda del Alfa está compuesta por matones y rufianes que se han hecho un hueco en los barrios bajos de la ciudad por la fuerza. Sus métodos son tan brutales como los de su líder, caracterizado por la máscara de cráneo de lobo con que cubre su rostro.

Ambientada inmediatamente después de “Un Misterioso Encargo“, nuestro primer librojuego, se basa en los intentos de hacerse con el paquete que la Mensajera llevó a Andrea Rockstead. Puedes leer la conclusión de “Un Misterioso Encargo” aquí.

No te pierdas el resto de la historia. ¡Y prepárate para participar en la continuación!

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3 comentarios

  1. Pingback: Estirpes de Ladrones, parte IV: Avivando la llama – Vilia

  2. Muy buena redacción 🙂

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