El distrito gubernamental estaba tranquilo, como casi todas las noches.
El nerviosismo inicial de su primera patrulla había sido sustituido ya por un cierto tedio, y los intentos de Donovan por conversar con sus acompañantes no habían hecho nada para aminorarlo.
Krauser era su superior dentro de La Salvaguarda. Se trataba de un caballero de élite que le hacía darse cuenta de lo mucho que le faltaba por aprender, y cuya seriedad lo intimidaba demasiado como para hacer algo más que algún comentario suelto sobre los sitios por los que pasaban.
Por otro lado, los dos sacerdotes de Thrain que iban con ellos parecían algo más sociables, pero no conseguía pensar ningún tema de conversación para sacar con hombres del clero.
En esas circunstancias, Donovan decidió que sería mejor aguantar y centrarse en la patrulla. Al fin y al cabo era el honor de La Salvaguarda vigilar el distrito noble, y no pensaba traer deshonor a su familia actuando como si aún fuese un escudero novato.
Un sonido ahogado a su espalda llamó su atención de repente. Al girarse su sangre se congeló.
Uno de los acólitos, levemente rezagado, se había detenido en seco. En su garganta había una línea carmesí de la que brotaba un chorro de sangre. Sujetándolo para evitar que cayese al suelo mientras tapaba su boca para ahogar cualquier sonido había un hombre encapuchado. En su mano libre portaba una daga ensangrentada. Miraba directamente a Donovan con cierta sorpresa, como si no esperase que le hubiesen oído.
– ¿…Qué? – Dijo simplemente el hombre.
– ¡Embos…!
Esas fueron las únicas palabras que llegó a articular Donovan. Un dolor intenso explotó de golpe en el lado derecho de su cabeza, como si le hubiesen golpeado con una enorme viga de acero. De nada sirvió el yelmo de su armadura. El mundo se tiñó de rojo, y el joven caballero se encontró perdiendo rápidamente el conocimiento mientras caía al suelo, cualquier control sobre su cuerpo irremediablemente perdido.
Mientras la oscuridad se lo llevaba, sin embargo, pudo ver claramente como el otro acólito caía atravesado por una flecha, y Krauser era asaltado por dos atacantes mientras luchaba por desenvainar su arma.
A Donovan poco le importaba ya.
– ¿Lo tiene? – ladró Barod. El fornido undino intentaba vendarse el brazo con un trozo de la túnica de uno de los acólitos caídos, pero estaba claro que no era lo suyo – después de este desastre de emboscada como para que encima haya sido en vano.
– A mi no me mires – protestó Lemire mientras limpiaba la sangre de su daga – yo no tengo la culpa de que el cachorro decidiese girarse justo cuando cogí al cura. Ha sido una desafortunada coincidencia.
– Coincidencia mis cojones – gruñó Barod en respuesta – La has cagado y punto. No eres tan sigiloso como te gusta hacer creer.
– Pues tu madre no me oyó llegar anoche.
Ante eso Barod rechinó los dientes y empuñó su pesado martillo de combate, pero antes de que pudiese hacer nada…
– Basta.
La profunda voz de Arkus detuvo la conversación. La imponente figura del bárbaro nebinés se alzaba entre ambos, deteniendo de golpe la discusión. Ni siquiera les dedicó una mirada, pero ambos captaron el mensaje. No iban a desafiar a alguien que había retado al Alfa por el liderazgo de la banda y, aun perdiendo completamente, había sobrevivido.
La mirada del bárbaro se dirigió hacia su último compañero, que registraba agachado el cuerpo del caballero veterano de la Salvaguarda.
– ¿Lo tiene?
Como respuesta, Cran se incorporó y le lanzó un rollo de pergamino.
– El horario de las patrullas de la Salvaguarda en el distrito durante los próximos tres días. Justo lo que buscábamos.
Arkus asintió y guardó el pergamino. La primera parte del plan había sido completada.
Lemire estaba ya hasta las narices. Todo el maldito día siguiendo al viejo mientras hacía recados por la ciudad. Que si pastelitos. Que si libros. ¡Libros! Los pastelitos los podía entender, pero ¿es que los ricos no tienen ya bastantes libros? Qué desperdicio de unas buenas monedas de plata.
Por suerte su aburrimiento iba a acabar pronto. El mercado al atardecer es un sitio bastante decente para una emboscada. Poca gente ya, y la que hay sabe no meterse donde no la llaman. Sólo hay que conseguir atraer a tu víctima a un callejón tranquilo y es toda tuya. Y hay un pequeño truquito que nunca falla para eso.
– ¡Por aquí, señor, desde prisa!
Una voz infantil cargada de urgencia llegaba desde la entrada del callejón en que Lemire y sus compañeros esperaban ocultos.
– ¡Tiene que ayudar a mi madre, señor, se ha desmayado de repente y no sé qué le pasa!
Un niño pequeño, vestido con poco más que unos harapos, apareció a toda prisa por el callejón. Tras él, un hombre mayor de aspecto cuidado y buenos ropajes, acompañado por un par de hombres bien armados, intentaba seguirlo con cara de preocupación.
Cuando llegó a la altura de Lemire, el niño le dedicó una mirada furtiva y aceleró la carrera, perdiéndose en el otro extremo del callejón. El ladrón sonrió. Un par de cobres bien pagados. Nunca falla.
En ese momento el hombre mayor y sus guardaespaldas se dieron cuenta de que les habían engañado, pero ya era tarde. Barod les salió al paso, con su pesado martillo de guerra entre sus manos, mientras que Arkus apareció de entre las sombras a sus espaldas para cortarles la retirada. Dejando caer la hoja de su inmenso hacha de batalla dió un fuerte golpe en el suelo.
– Mueller Lohgreim. Mayordomo de la casa Rockstead. Tienes algo que queremos. Si nos lo entregas sólo te retendremos hasta completar nuestros asuntos y salvarás tu vida.
El mayordomo se irguió con dignidad y se dirigió al bárbaro mientras sus guardaespaldas desenvainaban sus armas.
– Mucho me temo, señor, que no tengo nada que pueda interesarle a usted, y debo advertirle que, sea lo que sea lo que planee, si no he vuelto a la mansión Rockstead en unas horas mandarán una partida de búsqueda, por lo que no le recomiendo…
– Nadie te espera de vuelta, viejo – interrumpió Barod – al menos hasta dentro de unos días. ¿Crees que somos aficionados?
– Ah – respondió Lohgreim, simplemente.
Su rostro no se había alterado en lo más mínimo, pero el sudor empezaba a correr por él.
– Aún así, como pueden ver, mis guardaespaldas son veteranos, están mejor armados que ustedes y les igualan en número, por lo que no veo cómo…
El mayordomo se vio nuevamente interrumpido por el sonido de una flecha volando y clavándose profundamente en el brazo derecho de uno de sus guardaespaldas. Éste gritó de dolor y dejó caer su arma.
– No lo tengo tan claro – dijo secamente Arkus. Tras ello, se dirigió a los guardaespaldas.
– Si queréis vivir, soltad las armas y salid de aquí ahora mismo. No tengo interés en vosotros, sólo en el viejo.
Los dos guardaespaldas se miraron. Luego miraron a Mueller.
– Lo siento señor, de nada nos sirve todo lo que nos paga si estamos muertos.
Ambos soltaron las armas y echaron a correr, dejando un pequeño reguero de sangre. El mayordomo de los Rockstead los miraba con una mezcla de terror e incredulidad mientras el color iba desapareciendo de su rostro. Aun así, se las arregló para mantener su entereza.
– Haced lo que queráis conmigo, pero no traicionaré a mi señora.
Arkus guardó su hacha y se acercó a él. Lohgreim cerró los ojos esperando lo peor, pero el inmenso bárbaro simplemente pasó a su lado.
– Lo principal es la llave de la mansión, pero toda la información que pueda darnos sobre el interior es útil, así que mantenlo vivo todo lo posible – le oyó decir.
El mayordomo abrió los ojos, y vio frente a él a otro hombre, sonriéndole con crueldad.
Lemire ya no estaba aburrido.
Autor: David Russo
Distrito Gubernamental de Puerta de las Tormentas. Media Esuarth, Entanas
35 de Ragniar del 1487 d.S.
Estirpes de Ladrones fue un conjunto de tres partidas que llevamos a cabo durante el FicFest, el día 5 de Mayo de 2018. Este relato está basado en una cuarta partida que no pudimos llevar a cabo ese día. Primeros Compases y los dos relatos que publicaremos próximamente están basados en los hechos llevado a cabo durante esas partidas, que quedan canon en el mundo de Vilia.
La historia cuenta los preparativos que llevan a cabo dos bandas de ladrones rivales en la ciudad. Los Merodeadores están liderados por la Mangosta, un misterioso líder que poca gente ha visto en persona. Su sutileza sirve de ejemplo para las actividades de todos sus hombres. La banda del Alfa está compuesta por matones y rufianes que se han hecho un hueco en los barrios bajos de la ciudad por la fuerza. Sus métodos son tan brutales como los de su líder, caracterizado por la máscara de cráneo de lobo con que cubre su rostro.
Ambientada inmediatamente después de “Un Misterioso Encargo“, nuestro primer librojuego, se basa en los intentos de hacerse con el paquete que la Mensajera llevó a Andrea Rockstead. Puedes leer la conclusión de “Un Misterioso Encargo” aquí.
No te pierdas el resto de la historia. ¡Y prepárate para participar en la continuación!